Una de las características del ser humano es la de adaptarse y sobrevivir al ambiente que le rodea. Esta adaptación no necesariamente puede ser saludable, cuando la misma implica que sencillamente no queda de otra ante una serie de eventos que no están bajo tu control, sin embargo, te invaden de manera permanente, al punto de robarte la tranquilidad en el manejo de tu cotidianidad. En los últimos días se han rodado videos en muchos sectores, de la ciudad y el interior, de individuos que manejan el uso de sus artefactos con sonido exageradamente alto, que son contaminación auditiva, con unos decibeles intolerantes al oído de forma natural. Otro elemento de suma importancia, además del deterioro auditivo y neurológico, es el contenido de mensajes sobre aspectos sexuales e incitantes, que llevan a quien le escucha (porque lo puso el vecino o negocio cercano), a también consumir dichas letras llenas de morbo e incluso agresión de este tipo. En este mismo orden, motivado por lo dicho anteriormente, es frecuente y cotidiano las cargas de amenaza física e incitación permanente a conductas violentas, maltrato y abuso psicológico, colocando, y estas parecen no lo entienden, a la mujer como un objeto utilizable, desechable y, lo que es peor aún, eliminable cuando por una razón u otra ya no le interesa al hombre.
El cerebro humano se alimenta de lo que se le introduce, así como tu cuerpo de lo que comes. Y, si hay algo que se logra con este tipo de contenido es una carga de violencia del hombre hacia la mujer y viceversa, sobre todo el primero, que aparentemente nuestras autoridades de salud no han entendido los niveles de importancia y emergencia que tenemos en cuanto al cuidado de la salud mental, por esta y muchas otras razones. Estamos en un punto SOS de que se vele y proteja la integridad emocional de nuestra sociedad, de nuestras familias, especialmente de nuestros niños, jóvenes y adolescentes.