Podríamos entender los alegatos del Tribunal Constitucional, lo que consigna nuestra Constitución, la reiteración y apoyo del PRM y su virtual candidato (¡Y cómo no!); y hasta la increíble postura del expresidente Leonel Fernández sobre el voto electrónico.
Pero lo que no cabe, es que se siga contraviniendo y derogando lo que la ciencia y la tecnología independientemente de manipulaciones humanas o la cultura del mal perdedor ha puesto a nuestro alcance para hacer más efectiva, ágil y transparente lo que ayer hacíamos, sin evitar fraudes y trances en una “democracia eleccionaria”, prácticamente, de ese momento (cuando el ciudadano deposita su voto), a pesar de posibles fallas técnicas o más bien, de gerencia efectiva como el informe de la OEA demostró que bien se pueden corregir sin condenarnos al sufragio manual.
Y si partimos del antecedente que provocó la derogación o inconstitucionalidad del voto electrónico -la suspensión de las elecciones municipales de febrero 2020, encontraremos más subterfugios políticos, presiones y traumas históricos sobre fraudes electorales el Balaguer 1966-78, 1990 y 1994 (crisis política y reformas) que fallas técnicas no corregibles; o más que ello, muchos intereses en juego….
Sin embargo, la gran interrogante o sorpresa es que un ex presidente, de alto vuelo intelectual, experiencia de Estado y amante empedernido de la tecnología -hasta incursionar en Tik Tok, sea el actor político más renuente y opuesto al uso de ese recurso tecnológico y de facilitación del voto. Es como para uno irse de bruces ante el asombro o la contradicción.
Por ello y muchas cosas más, a veces uno tiene la íntima sospecha o confirmación de que en nuestro país, a pesar de los avances, seguimos atrapados en la noria de los liderazgos de larga prolongación y los subterfugios legales para perpetuar una atmósfera política cultural de “concho primo” o de gallera.
Y aunque ya hay una decisión, de rango constitucional, sobre el voto electrónico, el tufo a política y capricho complacido sistema de justicia de colindancias huele a leguas; y así “no hay toro que llegue a buey”, como dice el refrán.
Sumemos al cuadro anterior: aprobación de leyes a la carrera -adrede-, presidencialismo y caudillismo histórico-político-cultural, falta de un código o cultura del perdedor y, por último, un nepotismo “institucional” transversal más allá de lo imaginable. En fin, avanzamos y retrocedemos al mismo tiempo. ¡Hasta cuando!