Es innegable o latente la proyección hegemónica mundial de China desde lo geopolítico-comercial y su estrategia de expansión “cultural”; pero también ante ese avance surge una pregunta inevitable: ¿podría una sociedad cerrada o totalitaria, precisamente, como China, liderar el mundo? Efectivamente, esa es la gran incógnita, pues implica un cambio de paradigma histórico-cultural en el contexto de esta posmodernidad de ciencia, tecnología y la irrupción indetenible de la Internet y las redes sociales….
Y luce más incrédula tal proyección cuando sabemos que China tiene graves problemas internos: a) practica una dictadura sociopolítica-ideológica interna; pero hacia afuera un capitalismo de intercambio o relación de embudo, b) no hay libertades públicas -todos los medios de comunicación masiva están bajo el control estatal “comunista”-, c) hay violación fragante de los derechos humanos, d) millones de ciudadanos chinos viven miserablemente y olvidados en remotas aldeas (son invisibles sociales o marginados carentes de toda atención estatal que no sea vigilancia y control); y e) China es en sí, al menos dos o tres países, hablando idiomática y culturalmente, en un mismo territorio, y esa realidad social-cultural trae consigo el triste contraste de que dos ciudadanos chinos ni siquiera en su mismo país, puedan comunicarse porque uno solo habla mandarín y el otro cantonés, aparte de otros dialectos (¿estrategia de control estatal o, resistencia histórica-cultural en defensa de sus lenguas nativas?). Entonces, ¿qué modelo o paradigma de sociedad puede vender o imponer China? Creemos que aquí hay una incongruencia insalvable, pues históricamente los grandes imperios se caracterizaron por ser influyentes culturalmente y, de alguna forma, trataron de domesticar e influenciar, cultural e ideológicamente, a sus súbditos o vasallos, algo que, en el caso de China, sería de difícil concreción más allá de lo comercial y política pragmática (capitalismo de mercado), al menos hacia afuera, que exhibe.
Igual paralelismo o proyección podríamos hacer con Rusia o la India -dos grandes emergentes-, pues la primera es una sociedad proclive, históricamente, al autoritarismo y la segunda un régimen de castas inaceptable o incompatible hasta con la más pobre sociedad de África o Latinoamérica. De modo que eso de la hegemonía China-Rusia-India, al menos como modelo de sociedad, luce cuasi improbable, y más bien, podríamos proyectar que aunque innegable lo latente -expansión geopolítica, comercial, tecnológica- como que el aspecto cultural y de autocracia-casta-régimen que caracteriza a esas sociedades no da para terminar de imponer el predominio universal a contracorriente del hecho histórico-antropológico: libre albedrío -libertario, religioso, cultural- que subyace, indistinta o arbitrariamente, en el hombre ya en Occidente o en China.
Y es, justamente, esa intrínseca naturaleza humana la que nos dice que ni China, Rusia e India podrán imponerse más allá de sus propias herencias o raíces históricas-culturales: son sociedades cerradas y, en muchos aspectos, no superan bolsones de miseria, atavismos socioculturales; e incluso, barbarie. En conclusión, podrán liderar o lograr expansión geopolítica-comercial a nivel global; pero jamás serán modelos o paradigmas de sociedades democráticas o culturalmente hablando, pues, y siendo honestos: ¿quién aspira o sueña con vivir y realizarse en China, India o Rusia -más allá de ir a estudiar, representar a otro país, hacer turismo o negocio-? ¡Nadie!