Desde los años ochenta del siglo pasado, cuando el PLD rompió la bipolarización PRSC-PRD, la organización que fundara el profesor Juan Bosch no había sufrido un bajón político-electoral -hablamos de proporcionalidad-relativa- de tal magnitud como el que arroja el reciente certamen electoral donde no fue que las encuestas o una gestión de gobierno de realizaciones acertaron, sino que una suerte de condicionamiento de opinión pública o de “narrativa” palaciega -más descrédito de los partidos- se impuso a fuerza de un excesivo presupuesto en propaganda gubernamental jamás visto en nuestra historia; y con ello, todo el instrumental histórico-balaguerista en materia de degradación política y ejercicio del poder, algo que, en poco tiempo, la sociedad dominicana estará pagando a un altísimo precio.

Y desde la oposición los resultados no podían ser menos, pues, ¿dónde se había visto que, en una campaña política-electoral, un partido o bloque oposicionista se propone empujar para un escenario de segunda vuelta, si desde la primera fueron todos separados? Esa fue una ventaja neta que se le dio al partido de gobierno; y fue un error garrafal que solo el ego y los desencuentros explican.

Desde cualquier óptica, a menos que la posición no se unificara -desde febrero hasta mayo-, no se vislumbraba posibilidades de derrotar la reelección; y más después que echaron a andar al Balaguer de los 12 años en materia de uso y abuso del poder y se agenciaron un aliado-financiador tan efectivo como extraditable que, incluso, recluido-enjuiciado, allende los mares, podía votar, en el Congreso, a favor de empréstitos públicos. Algo insólito que, y hay que decirlo, ni el propio Balaguer se atrevió a tanto.

Pero volvamos al meollo: PLD: ¿Qué hacer? Lo primero, una autocrítica y una re-ingeniería, pues no es posible recuperarse desde el silencio o echando la página; o peor, pretender que todo quede igual cuando sabemos que, con estos resultados, hay que asumir responsabilidades y actuar en consecuencia; convocar, sin demora, más allá de la autocrítica, un congreso elector extraordinario y poner el partido en manos de los cuadros jóvenes y aptos sin la impostura de los hijos de los jefes o caciques sino de talentos y cabezas bien amuebladas -Ariel y Zoraima son solo dos ejemplos, y estos cuatro años podrían forjarlos en el día a día de la política-. Por ello digo: aún hay PLD para rato.

Y en ese trayecto o construcción es vital que el PLD se unifique (la FP no es un partido, sino un drenaje-PLD), porque es innegable que Omar Fernández es otra pieza del rompecabezas, y de no, es probable que por ese intersticio -PLD-FP- esos liderazgos promisorios naufraguen y no logren el objetivo último: reafirmar la escuela política de Juan Bosch y lo que el PLD ha contribuido, con realizaciones contrastables, al desarrollo nacional -es más: ningún partido es comparable al PLD en realizaciones y transformación-país-. Negar esto último, es no querer auscultar en los anales de los organismos internacionales que miden el crecimiento humano e integral en la región.

Finalmente, las felicitaciones, como acto de cortesía, estuvieron bien; pero se obvió dos aspectos: a) el vencedor nunca reconoció triunfo de nadie; y b) sin querer, se justificó lo que antes se denunció y que fue pieza angular y activa del “triunfo” -sin duda, se repitió febrero-compraventa de votos; aunque bajo otras modalidades-. Por ello, para el caso, con un hasta luego era más que suficiente.

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