Así como hay políticos, sobre todo en Latinoamérica, que han hecho acumulación rápida de riqueza vía corrupción pública; también ha habido “periodistas” que, igual, no pueden demostrar la ostentación, “hobby” y bienes que exhiben sin haber, de alguna forma, quebrantado deontología periodística. Y no hablo de periodistas asesores, consultores -aunque los hay jurisconsultos dizque “apolítico” de prosas-látigos éticos de hojalata-, publicitas, ejecutivos de medios ni de maquilladores de “encuestas” políticas, sino de aquellos que se han arrimado o rentado al poder por las cuatro vías posibles: a) haciendo propaganda política disfrazados de “hacedores de opinión pública”, b) aupando, sin militar en ningún partido o ser mercadólogo -de marketing político-, a un determinado candidato, c) sirviéndole a un ala de los poderes fácticos (empresariados, jerarquía militar, iglesias, agencia supranacional -aquí entra una franja de la “sociedad civil” u oenegés, etcétera); y d) a través de payola o de peaje -la degradación “periodística” más vulgar o mercado persa donde abundan los “comunicadores”; pero cuyo patriarca radial lo es un periodista otrora respetable-.
Porque una cosa es hacer análisis político o de coyuntura -con cierto rigor, fuentes, equilibrio y credibilidad (por ejemplo, el extinto Orlando Gil)- y otra cosa es hacer propaganda política disfrazado de “hacedor de opinión pública” con la intención aviesa-manipuladora de crear percepción pública artificiosa para tratar de posicionar una determinada figura política o un líder -fuera o en el poder-. Esa es una de la degradación periodística más abyecta posible; pues, aunque no hay verdad absoluta en ningún quehacer científico que colinde, como el periodismo, con las ciencias sociales no es menos cierto que hay ciertos parámetros o límites epistemológicos que no debemos cruzar por respeto a uno mismo, a la disciplina que se ejerce y al público.
Y no es que un periodista -u otro profesional- no pueda tener simpatía política; pero una de dos: deslinda su simpatía política del ejercicio de su profesión -cuando sirve noticias, hace análisis político, ensaya ciencia o hace crónica- o, sencillamente, hace periodismo de opinión, en todo su derecho, a favor de un partido o candidato, y no como han hecho algunos periodistas que, incluso les han armado-diseñado y llevado la oposición política, como cuenta de banco, a gobiernos y a favor de un determinado partido, en pura labor de activistas políticos (como lo vimos en la Marcha Verde -que terminó infiltrada y teledirigida política y electoralmente)- bajo el descaro de pseudos periodistas e intelectuales “objetivos” e “imparciales” -por supuesto, de hojalatas-. Y si queremos dos ejemplos extremos de ese “periodismo”, aquí dos: a) el que, en el pasado reciente, quiso cooptar vía algunos periodistas “veedores públicos”, bocinas y arribistas (vaya pendejismo caro y escaso ahora en la oposición, y de cuyos mecenazgos ni sombra) y el que se ejerce ahora en sus dos fases -de campaña-2020 o activismo político (bocinas) y de mutismo-silencio o mea culpas-. Ambos muy rentables.
Sin embargo, y a pesar del paisaje; hay, lamentablemente, un relevo generacional de ese periodismo de renta pluma o bocinaje que ha tomado el “análisis político” o de coyuntura como nicho.