Al notar que pobres y ricos, sabios e ignorantes, españoles y afrancesados, todos a la par, le colmaba de atenciones y le recibían con benevolencia y cordialidad tuvo necesariamente que entrar en su política, interesada y suspicaz, la idea de utilizar los servicios del recién llegado, y ganárselo a todo trance para su causa….
Con estas palabras describe el historiador José Gabriel García cómo fue acogido por el gobernador francés en 1804 el teólogo, canonista y orador Bernardo Correa y Cidrón quien había regresado a Santo Domingo tras su periplo por Cuba y Venezuela.
Inicialmente Correa y Cidrón rehusó los cargos que le ofreció el gobernador francés Ferrand, fuese por modestia o por escrúpulo.
Sin embargo, más adelante aceptó formar parte de la administración francesa constituyéndose en oidor de la Sección Española de la Audiencia Mixta Imperial, conjuntamente con los doctores Pedro Prados y José Ruiz a la vez que desempeñaba sus funciones como sacerdote en la catedral de Santo Domingo.
Estuvo en contra de las luchas que libraban los criollos con Juan Sánchez Ramírez y Ciriaco Ramírez a la cabeza contra los franceses durante la llamada Guerra de Reconquista entre 1808-1809. Trató de disuadir a Juan Sánchez Ramírez para que abandonara la lucha y se plegara al dominio francés. Adoptó una disposición crítica contra quienes luchaban en el bando de Sánchez Ramírez ratificando en el pulpito su función de vocero de los afrancesados.
Los textos de los sermones de Correa y Cidrón se han perdido, pero se conservó un intercambio de correspondencia que sostuvo con Juan Sánchez Ramírez gracias a que fue recogida por Gilbert Guillermin un oficial francés, en su Diario histórico de la revolución de la parte Este de Santo Domingo, comenzada el 10 de agosto de 1808, con notas estadísticas sobre esta parte, publicado originalmente en francés en Filadelfia en 1810.
Este intercambio de correspondencia fue compilados junto a otros trabajos por Andrés Blanco Díaz y publicados por el Archivo General de la Nación en 2009 con el título Vindicaciones y apologías de Bernardo Correa y Cidrón.
La primera misiva está fechada del 20 de diciembre de 1808 y ante la ausencia de respuesta por parte de Juan Sánchez Ramírez envió una segunda el 10 de enero de 1809. En la primera carta utiliza una serie de argumentos de carácter religioso para justificar la obediencia a la autoridad legítima. En la segunda carta, además de invitar a Juan Sánchez Ramírez a que se entrevistaran, consideraba que el país se había convertido en una dependencia de Francia y solo a esa nación se debía fidelidad legítima. Afirma que, “en vuestra calidad de habitantes de Santo Domingo, vos sois, realmente súbdito del imperio francés, y no puede haber promesas, juramentos ni razones, que puedan autorizar ni justificar la rebelión del súbito contra su soberano legítimo, aunque él fuera un Nerón”.
La segunda carta de Correa y Cidrón fue respondida por Sánchez Ramírez desde el Cuartel General de San Jerónimo el 11 de enero de 1809. La carta de respuesta inicia aclarando que él “sería incapaz de despreciar a un ministro del altísimo como lo habéis imaginado por el retardo que he tomado para responder a la primera misiva”. Consideró que la insurrección en España justificaba la causa que él representaba, puesto que los franceses habían provocado horrores en la ocupación de la vieja metrópolis y procedía tomar las armas y prestar fidelidad al rey Fernando VII, investido de protección divina. Aclaraba que no necesitaba del auxilio espiritual del cura catedralicio al tener tres sacerdotes a su lado. Esta última afirmación muestra que la guerra había provocado una división en el interior de la clerecía local.
Como respuesta a Sánchez Ramírez, el 16 de enero de 1809, Correa y Cidrón envió una tercera carta que no fue respondida donde desarrolla su posición política a favor de Francia con una argumentación que combina argumentos religiosos y jurídicos. La carta inicia señalando que muy lejos de responder las dos cartas enviada, Sánchez Ramírez se limitaba a dar cuenta de los motivos de la insurrección que justificaban la conducta asumida. Para demostrar que Sánchez Ramírez no tenía razón afirma que sería una pretensión ridícula querer disputar a Francia la propiedad y la legitimidad de su derecho de posesión de la parte española de la Isla. Destacó que, como consecuencia del Tratado de Basilea, Francia se había hecho dueña incontestable de Santo Domingo, situación que respondía al orden natural de las cosas. Derivaba que todo habitante probado del territorio de Santo Domingo era súbdito francés por consecuencia natural.
Desarrolla una segunda proposición que resumía un principio político sustentado en la religión, según el cual “no hay ningún caso en que sea permitido al súbdito armarse contra su soberano, aunque fuese Nerón, aunque fuese un tirano, aunque fuese un pagano o un herético perseguidor de Jesucristo y de su Iglesia”.
Retoma al destacado clérigo, predicador e intelectual francés Jacques-Bénigne Lignel Bossuet defensor de la teoría del origen divino del poder para justificar que la impiedad despiadada y aun la persecución no exime a los súbditos de la obediencia que deben a los príncipes. Se inspira en pasajes de la Biblia para evidenciar que ninguna protesta puede ser lícita al mismo tiempo que critica las consecuencias y los excesos en los que han terminado muchas revoluciones.
Su oposición a la Reconquista y a la lucha de Juan Sánchez Ramírez la expresa Correa y Cidrón en la parte final de su carta donde establece “queda demostrado que vos y vuestros compatriotas sois subiditos del Imperio Francés, y al mismo tiempo que no es permitido, bajo ningún pretexto a los súbditos tomar las armas contra su gobierno”.
En la coyuntura histórica en la que se desarrolla el intercambio de cartas, resulta interesante la defensa que hace Correa y Cidrón.
En el contexto en que estaba cercana las consecuencias de la Revolución Francesa para el clero y la posición del papa Pío VI contra las ideas de la Revolución Francesa, y la situación a la que sometió Napoleón Bonaparte al papa Pío VII podría parecer paradójica la irrestricta defensa que hace Cidrón a la administración francesa en Santo Domingo.
Después del triunfo de las tropas criollas en la Guerra de Reconquista en 1809 y del abandono de la Isla por parte de las tropas francesas, se embarcó para Francia.