Hace unos días, al leer rápidamente el titular del prestigioso vespertino El Nacional, leí que la decencia se iniciaba en unos días. Tengo que confesar que por unos minutos me sentí feliz porque un titular en rojo de primera página de ese importante diario tenía que tener mucho fundamento.
Por un momento pensé que el mundo bizarro que nos ha tocado vivir había dado un giro, que un periodista había encontrado la fórmula de la decencia.
Para la generación más joven, el bizarro en la época de los cómics americanos, paquitos para los dominicanos, era un personaje malvado que era el antagonista de Superman, el villano, el antivalor, todo lo que esa sociedad buscaba que en la nuestra hemos perdido sin preocuparnos mucho.
Por un momento asumí que la familia volvía a tener la importancia de antes; que respetando la diversidad no teníamos que celebrar fiestas desnudos por las calles, al igual que otros países que imitamos, celebrando, como dice Betsabe, el movimiento LGBTXSH, que más que un respeto a la diversidad se ha convertido en un modelo que parecen implantar y terminaremos siendo descartados los que sustentemos otro modelo.
Pensé que de nuevo el maestro volvía a ser respetado y respetable, instruido, el modelo de la escuela que debíamos combinar con la educación de familia, donde los padres estaban más preocupados por la educación que por lo que harían el fin de semana y publicarían en las redes de sus vacaciones o sus banalidades.
Recordé el respeto que teníamos cuando era un niño a los agentes de tránsito, que se convertían parte de la familia y nadie se le ocurría violar sus señales, con su bombo blanco, parecido a los que aún utilizan los agentes del orden en África.
Soné al ver el titular que la seguridad había retornado a las calles y las casas podían tener las puertas y ventanas abiertas, los vecinos se reunían para conversar y cuidaban de los hijos como si fueran de ellos.
Hasta llegué a pensar que ya no tendría que ver la cara de los políticos cada vez que quiero leer la edición digital de un periódico, afirmando que llegarán a la presidencia, prometiendo hacer lo que nunca han hecho y que en las encuestas apenas alcanzan un 1%.
Preocupado por mi sanidad mental, volví a leer el titular del vespertino y realmente lo que decía era, “A partir del lunes se inicia la docencia”, que lejos de mi felicidad anterior debía alegrarnos que nuestros niños volvieran a clases, las tandas extendidas, los almuerzos, las meriendas y que lograrían avanzar los niveles de matemática y lengua española, para tener ciudadanos forjados para el futuro que debemos enfrentar.
Pero la semana fue todo lo contrario, tanto la decencia como la docencia no se iniciaron. Los abnegados profesores decidieron, tres días después, paralizar el tránsito con una huelga para pedir más reivindicaciones. No conformes con los miles de aulas que ha construido el gobierno, fruto del 4% de nuestros impuestos, la mejoría de los salarios y nuevos empleos y muy bien pagados empleos, quieren más.
Todo el problema está en que los profesores no quieren aceptar los concursos de oposición, no quieren que se les evalué y ahora que hay un ministro que no quiere ser presidente, como los dos anteriores, pretenden hacerle la vida imposible.
¿Me pregunto, dónde está la sociedad civil que tan activa exigió el 4%? ¿Por qué no sale a las calles, al parque de La Lira, donde a diario se reunían a presionar con sus sombrillas y camisetas amarrillas por el aumento del presupuesto y exigir la calidad de la educación y que a los maestros se les evalué y el que no tiene calidad para enseñar que se busque otro empleo?
Es posible que tengamos que pedir auxilio a la DEA o al FBI para que nos ayude con la educción o seguiremos haciéndonos los ciegos frente a una descomposición social descarada, que nos las explotan en la cara por las redes, por los resultados de pruebas nacionales o la riqueza del que la única educación que necesita es buscar apoyo para, como en la lotería, “hágase rico de la noche a la mañana”.
No todo está perdido. Pero el mejor camino para fracasar es la ambición, la complicidad, la indiferencia, connivencia, encubrimiento y mirar hacia un lado para hacerse que no pasa nada.