Hay días en los que me despierto con energía, convencida de que mis acciones valen el esfuerzo. Y hay otros en los que no; donde todo pesa, en los que me pregunto si esto tiene sentido o si simplemente sigo un guion escrito por alguien más.
No sé en qué momento exacto empecé a cuestionarlo. Tal vez cuando vi a mi alrededor a personas que perseguían metas que no las hacían felices: trabajos que odiaban, relaciones vacías, rutinas sin alma. O quizás fue cuando me descubrí a mí misma atrapada en esa trampa, vivía en piloto automático, cumplía tareas sin preguntarme el “para qué”.
Porque es fácil perderse en la inercia. Despiertas, revisas el teléfono, trabajas, haces lo que se espera de ti… y cuando te das cuenta, la semana ha pasado, el mes ha pasado, la vida ha pasado. Si no prestas atención, puedes llegar a un punto en el que todo lo que haces es simplemente porque “así ha sido siempre”.
Me ha pasado. Hubo un tiempo en el que, aunque aparentemente todo iba bien, sentía un vacío extraño, como si avanzara sin rumbo. Y la verdad es que faltaba algo: faltaba intención.
Con el tiempo entendí que mi “para qué” no tenía que ser una gran misión épica. No todos tenemos un propósito grandioso y perfectamente definido. Y eso está bien.
Empecé a encontrar significado en las pequeñas cosas: En la satisfacción de ayudar a alguien con lo que sé. En la sensación de perderme en la creación de algo nuevo. En las conversaciones que me desafían y me hacen crecer. En la libertad de probar, equivocarme y aprender.
A veces, el sentido de la vida no es algo que descubres, sino algo que construyes con las decisiones que tomas cada día.
Y algo que me desconecta de mi propósito es el exceso de consumo. Redes sociales, noticias, entretenimiento… todo eso puede ser útil, pero también puede llenar tanto la mente que no deja espacio para lo que realmente importa.
Pero cuando creo en lugar de solo consumir, algo cambia. Cuando escribo, pinto, bailo, me ejercito, cuando comparto lo que aprendo, siento que dejo una huella, aunque sea pequeña. Y eso me recuerda mi “para qué”.
No siempre tengo claro mi propósito, y he aprendido a hacer las paces con eso. La idea de que debemos tenerlo todo resuelto es una mentira. La vida cambia, nosotros cambiamos, y con ello cambia nuestro “para qué”.
Lo importante no es encontrar una respuesta definitiva, sino seguir haciendo la pregunta. Seguir explorando. Seguir ajustando el rumbo cuando siento que me estoy perdiendo.
Y si algo me motiva a seguir, es la certeza de que cada día es una nueva oportunidad para vivir con intención. No se trata solo de existir, sino de estar realmente presente.
Así que hoy, una vez más, me levanto. No porque tenga todas las respuestas, sino porque sigo buscando. Y mientras siga buscando, seguiré encontrando razones para seguir adelante. Seguiré encontrando un nuevo “para qué”.