El pasado 5 de julio, ya caída la noche y cuando ya se conocía la tendencia irreversible que lo llevó a la primera magistratura nacional, el presidente Luis Abinader Corona sentenció “seré el presidente de todos los dominicanos”. Para los que amamos la democracia no por perfecta sino por perfectible, no es cualquier cosa sentenciar tal enunciado, se trata de un compromiso con los que pusieron todas las trabas para que este conglomerado se alzara con el triunfo y se trata de un compromiso también para hacer ver “a los de adentro” que hay un país, un solo país.
Plantearse dirigir la RD con altura es un desafío que requiere nuevos bríos, es abrigar con profesionalismo y entrega los destinos del país en uno de los momentos más difíciles de la historia.
Al margen de la algarabía -que se entiende por su ansiada espera para la victoria-, la nueva administración necesitará del concierto de voluntades que pongan primero las necesidades ineludibles, y acierta Abinader cuando habla en su discurso de las urgentes y las irreversibles.
Salvo el desplante absurdo del ex presidente Medina de no entregar la banda al nuevo mandatario, los actos de investidura pasaron la prueba – hubo festejo y aceptación, ese es el juego democrático que nos invita una vez más a construir juntos -minorías y mayorías- un país del que sentirnos orgullosos. ¡Vaya tarea!, Señor Presidente. ¡Vaya tarea!, República Dominicana.