Con este artículo concluyo los comentarios acerca de la importancia y valor que tiene la familia, como órgano de la sociedad y la preocupación que de ella viene teniendo el Movimiento Familiar Cristiano, con el propósito de contribuir a su estabilidad.
Lo que se aprende en familia nunca se olvida, por eso la iglesia y la escuela no serían tan importantes sin la directa y decidida cooperación de la misma. Familia, iglesia y escuela son tres instituciones que deben andar juntas, aunque es evidente que se ha operado un cambio fundamental, pues mientras ayer se pedía la colaboración de la familia en la labor educativa, hoy lo que se implora es que la escuela y la iglesia cooperen con la familia. Esto tiene su fundamento en el hecho de que mientras a la iglesia se va dos o tres veces por semana y a la escuela cuatro o cinco horas durante nueve meses, todo el tiempo restante se pasa en el seno de la familia, lo que permite presumir que es donde se completa la formación del individuo, por lo que debe reconocerse a los padres como los primeros educadores de sus hijos.
La familia es la fuente primaria de los valores de la sociedad y de donde emanan las vocaciones de servicios. Ella es la que produce los presidentes, los legisladores, industriales, profesionales, sacerdotes, religiosas, etc., llevando cada uno la marca de su propia familia y empleando sus conocimientos y especialidades en el enriquecimiento y prestigio personal, así como en el bien de los demás. Este es el origen de la afirmación de Juan Pablo II: “si sobre la propiedad de las cosas, pesa una hipoteca legal, mucho más sobre los dones y cualidades personales, sugiriendo la necesidad de emplear lo que uno es y tiene para edificar una sociedad digna del hombre”. “Los consejos, el buen ejemplo y los buenos testimonios pueden ser la clave para que la familia siga siendo manantial para las vocaciones de servicio, por lo que es recomendable las conversaciones de sobremesa, las buenas lecturas, la práctica de los sacramentos, pero el testimonio de una vida organizada en el bien común es el mejor patrimonio que podemos legar nuestros descendientes”.
El mejor educador o pedagogo es la propia familia, con su palabra y su testimonio, pudiendo crear en los hijos cualidades y virtudes como las siguientes:
a) Responsabilidad para que cumplan con sus deberes y obligaciones de su estado o de su profesión, pues de nada sirve cambiar las ideologías su las personas no cambian sus mentalidades.
b) Sentido de justicia respetando el derecho de los demás sabiendo que terminan donde comienzan los derechos del prójimo: que los bienes terrenales están creados para el disfrute de todos los hombres y no para el acaparamiento de unos pocos; concientizarme en el sentido de que lo que a mí me sobra a otro le falta; no achacar lo injusto de las cosas a mi semejante; en fin, cambiar de tal manera para que todos seamos agentes de justicia y no de injusticia.
c) Educación para el amor en beneficio de la familia y en consecuencia, de la paz. La educación para el amor nos abarca en lo físico y en lo espiritual, porque el amor es lo que está llamado a salvar el mundo de la influencia del odio y la destrucción que en los últimos tiempos han puesto sobre la mesa de discusiones los líderes y las naciones que creen más que en la guerra que en la paz, para dirimir sus conflictos.
Conviene recordar que Jesús refundió sus diez mandamientos en dos: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. El día que esto sea la divisa universal entre los hombres la humanidad se habrá salvado.