Nunca he tenido la oportunidad de conocer a un presidente de la República, líder o dirigente político que sienta satisfacción endeudando la nación que dirige o aspira dirigir. Con los que he tenido la oportunidad de interactuar desde 1983, me ha quedado claro que el endeudamiento, para todos ellos, es una opción desagradable, inducida por la necesidad que tiene el gobierno de financiar el déficit fiscal. A ninguno le agrada aparecer compitiendo por los primeros lugares en el ranking de endeudadores públicos.
Por alguna razón, segmentos de la sociedad civil, del empresariado, las iglesias, la prensa, y determinados cernícalos que habitan en las redes sociales, entienden que el planteamiento anterior se aleja de la verdad. Sostienen que los políticos son seres malvados, que sólo persiguen rentar la ostentación del poder, sin importarles que el endeudamiento público termine “quebrando la nación”. El déficit de objetividad que exhibe este segmento de la sociedad civil es varias veces mayor que el fiscal. Mientras critican el endeudamiento público al que son forzados nuestros gobiernos, compiten entre ellos, con arrogancia y orgullo, en el certamen de los evasores de impuestos. Muchos no presentan declaraciones juradas de ingresos a la DGII, escudándose detrás del lema “no voy a pagar para que los políticos se lo roben”. Un número similar declara ingresos brutos que no llegan al 20% de las erogaciones de pagos que realizan a través de sus cuentas bancarias y tarjetas de crédito. Otros son empresarios exitosos que dirigen empresas con una decena de años consecutivos declarando pérdidas a la DGII. Cuando se observan las declaraciones en la prensa y las declaraciones ante la DGII, daría la impresión que el país está conformado, mayoritariamente, por cuatro grupos: políticos corruptos, civiles evasores, capitalistas exentos y contribuyentes cautivos o pendejos.
Es la insuficiencia de recaudación y no el exceso de gasto, la razón fundamental de nuestro endeudamiento público. La crítica sobre el endeudamiento público crece año tras año. Y va a continuar mientras en el juego de “sube y baja” de recaudación y evasión, la primera se mantenga permanentemente tocando el piso y la segunda el cielo. La cantaleta de la deuda pública se ha intensificado este año en que la pandemia llevará nuestra deuda pública a 70% del PIB, debido a las enormes necesidades de financiamiento que ha enfrentado el Gobierno, la depreciación significativa del peso y la baja considerable del PIB nominal.
Cuando escuchamos el ruido y los chillidos, parecería que sólo la deuda pública dominicana ha subido en el 2020. La realidad es muy diferente. En 175 de los 189 países que aparecen en la base de datos el FMI, la deuda pública, como porcentaje del PIB, terminará aumentando en el 2020. En la América Latina y el Caribe, los aumentos son considerables, ocupando Surinam la posición cimera del mundo con un aumento de 63% del PIB. Le siguen Aruba con 45.9%, Belice 29.5%, Antigua y Barbuda 29.2%, Santa Lucía 23.8%, El Salvador 19.6%, Ecuador 17.1%, República Dominicana 16.2%, Colombia 15.9%, Panamá 13.9%, San Cristóbal y Nieves 12.8%, San Vicente y las Granadinas 12.7%, Granada y Perú 12.4%, Trinidad y Tobago 12.3%, Brasil y Barbados 11.9%, México 11.8%, Costa Rica 11.7% y Bolivia 10.4%. Otros diez países de la región vieron aumentar su deuda pública entre 9.9% y 3.3% del PIB. Solo Guyana vio descender la suya en 2.8%, debido a que su PIB real crecerá 26% este año, empujada por el descubrimiento de yacimientos petroleros que permitió incrementar el volumen de las exportaciones en 76% este año.
En Europa, la deuda pública también se disparó. España, con un aumento de 27.6% del PIB, encabezó el pelotón, seguido de Italia 27.0%, Grecia 24.3%, Chipre 22.9%, Gran Bretaña 22.7%, Francia 20.6%, Portugal 19.5%, Bélgica 18.9%, Austria 14.4% y Alemania 13.8%. En América del Norte, Canadá registrará un aumento de 26.0% del PIB en su deuda pública, seguida por Estados Unidos con 22.5%.
La politización de la deuda pública no contribuirá a que esta retome la trayectoria de sostenibilidad. La infantilidad de culpar a Balaguer, Guzmán, Jorge Blanco, Hipólito, Leonel, Danilo y Luis del aumento en el endeudamiento público, solo puede recibir una calurosa acogida en cerebros unicelulares. Debemos madurar rápidamente. El tiempo se acaba y las firmas calificadoras de riesgo no podrán sostener, indefinidamente, la perspectiva negativa que nos asignaron en abril-mayo de este año. Para lograr el retorno de la dinámica de la deuda pública a una trayectoria de sostenibilidad, necesitamos un ajuste fiscal de 4% del PIB. Quien plantee que eso puede lograrse reduciendo el gasto público es un payaso. Quienes sostengan que, con venta de activos estatales lo logramos, son ignorantes. Sólo una reforma tributaria que blinde el sistema impositivo de la evasión y elusión rampantes, es capaz de hacer el trabajo. Para ello se necesitará invertir mucho capital político, aglutinar toda la experiencia disponible para su diseño, poner en marcha una efectiva estrategia de comunicación, exhibir una gran capacidad de ejecución y, sobretodo, asegurar un buen superávit de factor-C.