Dos de las siete palabras dichas por Jesús desde la cruz, crucificado por la salvación del mundo, leídas en esta oportunidad, una por P. José Apolinar Castillo, rector del Seminario Mayor Santo Tomás de Aquino y por el P. Joel Villafaña, de la Parroquia San Francisco de Asís. Quiero atreverme a hacer algunos comentarios.
A un año de la experiencia más traumática del mundo, la pandemia, podríamos decir, cómo recogen las sabias palabras de los sacerdotes que ¿Ha cambiado el mundo para mejor? ¿Podríamos decir que Jesús estaría satisfecho de cómo las muertes, los sufrimientos, el hambre, la falta de techo, desempleo, desigualdades elevadas a la potencia con una peste que no esperábamos, nos han enseñado a ser mejores?
El P. Villafaña dice que vivimos una sociedad desorientada. Los padres no tienen tiempo para sus hijos. Basta oír muchas de las quejas de los maestros en esta pandemia con las clases virtuales, sobre el comportamiento de los padres, porque debían dedicar tiempo en las casas para ayudar a sus hijos a participar de un sistema nuevo. Ya no estaban en el aula con el maestro, la casa era parte de la escuela y la enseñanza, que debe ser siempre una tarea compartida y más, dadas las circunstancias actuales, encontramos que muchos padres renegaban de esa tarea que viene con la responsabilidad de la paternidad.
¿Qué ha pasado con la familia? Las demandas de una sociedad donde el tener es más importante que dar, una sociedad donde el efecto demostración ha cambiado la solidaridad. Tengo que tener el celular de último modelo, tengo que tener el vehículo del último año, la casa en la playa, en la montaña. Todo esto, muchas veces a expensas del abandono de la familia por falta de tiempo o, peor aún, fruto de ingresos de la corrupción, el narcotráfico o la evasión.
Existe el amor como usted dice, pero la presión social es mayor. Increíble a todos los niveles, ya no es sólo el que puede costearlo, es también del que muchas veces apenas le alcanza para lo más indispensable.
Cuánta razón tiene, que a la sociedad le faltan los modelos que tenía anteriormente y cada vez esos modelos son más escasos y perfectamente es la razón de por qué muchos de nuestros valores se van perdiendo.
¿Qué es la familia ahora? Respetando las preferencias sexuales, no creo que una familia debe estar compuesta por personas del mismo sexo. La familia ya no se sabe qué es. Ahora pretendemos definir el sexo de los niños después que nacen y entonces nos preguntamos ¿en qué momento formamos la familia de papá y mamá? Sé que entro en un terreno movedizo, pero no será la primera ni la última vez. El papa Francisco habla de la familia como la unión del hombre y la mujer, pero vamos por caminos diferentes. ¿Imaginamos que podremos llegar a un mundo donde las mujeres decidan sólo tener mujeres y que el hombre desaparezca de la faz de la tierra?
No piensen que me he vuelto loco. Desgraciadamente, el avance de la ciencia hace años que permite eso y no es una locura pensar que puede suceder, pero por suerte que yo no lo veré.
Las sociedades, no sólo la nuestra, están divididas, así las familias, pero trabajemos para cambiar el grito de ¡familia porqué me has abandonado!, por el de una familia solidaria, esa familia que se convierta en los héroes que el sacerdote, con razón, en esta palabra tan profunda dice hemos perdido. Que los hijos y los padres no griten ¡por qué me has abandonado!, todo el contrario, oír el grito de ¡Cuánto, positivamente, me enseñas, cuánto tiempo me dedicas, cuánto me quieres!
Cada año, cuando oigo o leo las siete palabras, la que más me impresiona es la de “tengo sed”. Es que puedo tener sed de tantas cosas y con profundidad el rector del Seminario Menor Santo Tomás de Aquino, P José Apolinar, hace con mucha propiedad una severa crítica a muchos aspectos de la sociedad.
¿Cuál es la libertad que tenemos? ¿Ha perdido la vida importancia? Una discusión en el tránsito o por un simple parqueo, termina en una balacera que le cuesta la vida a un inocente. ¿Es libertad la forma como nos comportamos en el diario vivir? Pensar que tenemos más personas fallecidas por accidentes en nuestras calles, avenidas y carreteras, que por un virus que paralizó el mundo, ¿será una señal de libertad?
¿Libertad, lo que podemos oír a diario en los medios de comunicación? ¿Insultos, mentiras, tramas para afectar honras bien ganadas para lograr unas simples monedas, o muchas veces ‘likes’ en las diferentes plataformas que existen en internet?
Como dice mi buen amigo José Monegro, no todo el que usa un medio de comunicación es periodista. También, muchos de los que usan medios de comunicación desdicen lo que significa ser un verdadero comunicador.
Desgraciadamente, muchas veces las propias leyes promueven una comunicación corrupta. Cuando la ley de compra y contrataciones exime de hacer licitaciones a la propaganda se da una carta blanca al chantaje, a montar empresas al vapor para obtener jugosos contratos públicos y privados.
¿Cuántos no hemos sido objeto de ataques mordaces, dirigidos por políticos, por personajes que han logrado montar estructuras mafiosas para sacar beneficios de ellas? Es penoso que muchos de estos puedan determinar quién es útil o no, como dice el padre Castillo: “Es penoso ver que la persona ya no es tenida como un valor primario que hay que respetar y amparar, sobre todo cuando son pobres o discapacitadas, si “todavía no son útiles” —como los no nacidos—, o si “ya no sirven” —como los ancianos”.
Sólo un sector humano parece ser digno de vivir sin límites, mientras que el resto o la otra parte de la humanidad es sacrificable para beneficiar la selección de los privilegiados”.
Esperamos que el año próximo, cuando de nuevo se lean las siete palabras, podamos decir que hay menos abandono y que todos trabajamos por la sed de un mundo mejor.