En la vida, y mucho menos en el ejercicio del poder y la política, nunca es bueno sembrar odio y tratar de hacer leña del árbol caído. Quien trata de utilizar la venganza como arma de combate, lo que hace es caminar por un sendero que tarde o temprano se revertirá contra sí mismo.
Y digo que en el ejercicio del poder no se debe trabajar con sentido de venganza, porque la historia nos ha enseñado que quienes tienen el control del gobierno y se empecinan en maltratar a los enemigos políticos o a sus propios aliados porque cometen algún error, luego que salen del poder van a pasar por los mismos caminos y tormentos que ellos propiciaron.
El poder es para bien usarlo, no para abusar de él. Y mi reflexión en este momento viene ante las actuaciones del actual gobierno de insistir en desprestigiar, maltratar y apresar no sólo a sus adversarios sino incluso a sus propios aliados. La mira telescópica implacable del gobierno ya no está solo para dispararle a los funcionarios del pasado gobierno, sino que se ha dirigido a sus propios partidarios, algunos de ellos, como el caso del ex ministro de Educación Roberto Fulcar, fue una figura clave para el triunfo del presidente y, por demás, es su gran amigo.
Todo el mundo sabe que cuestioné muchas decisiones del ex ministro Fulcar. Pero siempre lo hacía con mucho respeto y consideración, pues entiendo que es un gran profesional y posee un gran sentido de justicia social e igualdad, sentimientos que compartimos desde que hacíamos política revolucionaria en la UASD. Conociendo el historial del señor Fulcar, siento una profunda pena al ver como el presidente Luis Abinader permite que se desarrolle una campaña de descrédito en contra de quien fue la figura central de la campaña que lo llevó a dirigir los destinos del país.
Y con esto no quiero decir que si Fulcar cometió alguna acción incorrecta, eso le sea perdonado. No, jamás. Siempre he dicho que quien cometa un error al manejar los recursos públicos debe ser traducido a la justicia y pagar por ese error. Lo que no entiendo correcto es que el presidente Abinader permita que se estén dando informaciones de supuestas acciones corruptas durante la gestión de alguien que él conoce muy bien, y no tenga la delicadeza de frenar esa campaña hasta que llame a ese ex funcionario suyo, hable con él y le solicite las explicaciones de lugar. Y más aún cuando se sabe que hoy más que nunca ese ex funcionario necesita el apoyo y la solidaridad de todos sus verdaderos amigos.
El presidente Abinader debe recordar que Jesús enseñó que no debemos hacerle daño a nadie. Que no debemos usar nuestras plataformas o nuestras posibilidades de llegar a muchos, para llevar mensajes de odio, de desamor, de cizaña y de odio visceral contra nuestro prójimo. Las palabras que sacamos de nuestros corazones pueden ser fuente de bien o de mal dependiendo de lo que digamos. Jesús dice en el evangelio de Mateo 12:34 que “de la abundancia del corazón habla la boca”.
Esa campaña de odio, desprestigio y malediciencias del gobierno, que ya incluso ha tocado a jueces que no se plegan a los dictámenes abusivos del Ministerio Público, no es correcta ni es conveniente. Ya se ha anunciado una nueva ola de acusaciones y apresamientos en base a expedientes que aunque tienen muchas páginas, son simples acusaciones llenas de odios y venganza, pero carentes de verdaderas pruebas. Aunque el presidente Abinader ha dicho que no interfiere en la justicia, todos sabemos muy bien que esa es una verdad a medias, pues en nuestras sociedades los presidentes siempre influyen para que las cosas se hagan. Ojalá en esta ocasión, el primer mandatario influya para que se hagan bien y se frenen los abusos.
Presidente Abinader, oriente a sus funcionarios que deben tener mucho cuidado con sus acciones, y más aun con lo que sale de sus labios en contra de los demás, porque Jesús enseñó que lo que sale de la boca viene directo de nuestros corazones y expresa nuestros verdaderos sentimientos. Nunca debemos sembrar odio con nuestras palabras. Llenemos nuestras expresiones de amor y nuestros corazones estarán pletóricos de sanidad y de buenos sentimientos. Debemos tener siempre presente que “de la abundancia del corazón habla la boca”.