Que sepa o que nuestra historia -post dictadura trujillista (1930-1961)- registre sólo dos líderes políticos le dieron contenido doctrinario-ideológico y hasta humanístico a sus partidos; y más que ello, lo entendieron, desde sus respectivos espectros político-ideológicos, como espacio para la elaboración de ideas, debates y formación política: Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez. Por supuesto, Bosch fue una escuela política-humanística-cívica excelsa que trascendió los dos partidos que fundó -PRD-PLD (1939-Cuba y 1973-RD), junto a otros-, mientras que Peña-Gómez quiso labrar y sembrar donde la pequeña burguesía se hizo indomesticable y solo los más avezados, testarudos y sensibles emprendieron el vuelo y los acompañaron en las ideas, los sinsabores, los asedios, la incomprensión y la prédica en disímiles tiempos….
Después de ellos dos -y su cosmovisión-, y hay que decirlo, aunque uno se gane vaina, se aposentó en esos “aparatos” una orfandad -ética-doctrinaria- y un Joaquín Balaguer -maña-practica- que terminó siendo “padre de la democracia” (sí, así en minúscula). A eso llegamos: a negarle a Bosch y a Peña-Gómez su única riqueza: el legado de querer que las ideas parieran partidos y no ventorrillos y franquicias. De ahí, salió el mercado político de siglas y cuentas incontables de difíciles arqueos que hoy pululan y se ofertan en redes sociales, portales y fachadas (negocios interactivos a mudanza y acarreo).
Suerte que, de la manada o reminiscencias, a regañadientes, algunos que otros discípulos, al menos, han cuidado las apariencias, digamos la forma y por esos intersticios o efluvios, de Bosch y Peña-Gómez, algo hemos avanzado a pesar de corruptelas y gente que se degradó hasta descender al potrero o la cloaca.
Y el problema no es que el estado financie a los partidos, sino que no son escuelas de pensamiento e instrucción para ejercer, con ética y democracia, la política y procurar el poder para impactar e implementar políticas públicas de continuidad; pero no, ¡qué va!, es llegar y desandar lo andado o, cuando no, hacer turismo político en tiempo de campaña; o más sutil y engañoso, el discurso conceptuoso pero podrido o sesgado por ambición de poder y ego. Son extremos, pero así vamos….
De modo que el problema no está en que les den -estamos de acuerdo- poco o mucho (aunque fiscalizable y en seguimiento al destino y uso), sino que no son escuelas; y eso es lo grave: invertir en bolsillos rotos, “partidos”-empresas, tránsfugas, siglas; o peor, en tiendas replegables de zafras electorales. ¡Ese, es el problema…! No nos engañemos: ¡La política es tan atractiva que, a pesar del “descrédito”, algunos empresarios y políticos intercambiaron oficio!