En años recientes, luego de que el financiamiento a la educación preuniversitaria se incrementó sensiblemente y de que, como resultado, se haya ido superando el grave problema de la falta de infraestructura que le afectaba, el consenso en la opinión pública apuntó hacia la idea de que todo el esfuerzo en esta materia debía girar hacia mejorar la calidad de los aprendizajes.
Y hay razón para pensar de esa forma. La evidencia de la baja calidad de la enseñanza en el país es abrumadora. Un estudio del Banco Mundial estimó que en la República Dominicana los y las jóvenes con 18 años de escolaridad en realidad solo han aprovechado 11 de ellos, y siete los han perdido porque no aprendieron bien. En la última prueba PISA, el estudiantado del país quedó en el último lugar en la medición de aprendizajes en matemáticas y ciencias, y en el lugar 68 de 72 países en lengua, y en la prueba TERCE, la última disponible para estudiantes de tercero y sexto grado de 16 países de América Latina en las áreas de matemáticas, lectura, escritura y ciencias naturales, también la República Dominicana quedó en último lugar.
Por otra parte, un argumento muy extendido es que la calidad de la educación se ha degradado porque se priorizó demasiado el aumento en la cobertura, sin asegurar que maestros y maestras tuviesen las capacidades necesarias para liderar adecuadamente y en base a conocimientos y capacidades pedagógicas los procesos de aprendizaje y enseñanza. Efectivamente, a largo plazo, la cobertura del sistema educativo dominicano ha crecido.
La educación primaria (hasta sexto grado) se ha casi universalizado, y la cobertura del nivel secundario también se ha incrementado sensiblemente.
Sin embargo, las ideas de que la cobertura ha crecido mucho, que la calidad ha retrocedido y que, por lo tanto, hay que priorizarla, pueden hacer concluir que en el país tenemos pocos niños y niñas fuera de la escuela, y que la falta de cobertura ya no es un problema. Eso es erróneo. La situación de niños y adolescentes fuera de la escuela sigue siendo alta en varios de los niveles de instrucción y la cuestión merece toda la atención del mundo.
Un estudio publicado en 2017 auspiciado por UNICEF y el Ministerio de Educación, que utiliza datos del año escolar 2014-15, dimensiona el problema, investiga las probabilidades que tienen los niños y las niñas de no completar los años de escolaridad reglamentarios, dilucida en que niveles tiende a ocurrir el abandono con más frecuencia y pone en claro sus causas.
Las dimensiones del problema
El estudio encontró que cerca del 18% de las niñas y los niños de 5 años, es decir 43 mil, no asisten a la escuela. Esta cifra no incluye la población infantil de 3 y 4 años, la cual debería asistir al nivel inicial. En ese rango de edad, el porcentaje de inasistencia es mayor. Las encuestas de hogares indican que cerca de la mitad de la población infantil entre 3 y 5 años no asiste a la escuela y en las zonas rurales el porcentaje sube a 60%. Esto supone que unos 240 mil niños entre 3 y 5 años no van a la escuela.
En la población infantil entre 6 y 11 años, la inasistencia es mucho menor. Unos 25,600 no están en las escuelas, lo que equivale al 2.1% del total. Sin embargo, el porcentaje empieza a incrementarse con la edad. Entre los y las adolescentes con edades comprendidas entre los 12 y los 14 años, sube hasta 2.5% (más de 12 mil), y entre adolescentes entre 15 y 17 años se dispara hasta 9.9%, totalizando unos 47 mil.
El número más elevado lo presentan los y las jóvenes entre 18 y 20 años. Un 32.6% no asiste a la escuela sin haber finalizado el último grado de secundaria. Se trata de 154 mil jóvenes que abandonaron antes de terminar la escuela.
Todo lo anterior indica que en el año escolar 2014-15, unos 282 mil niños, adolescentes y jóvenes con edades entre 5 y 20 años, un 9% del total de esa población, no asistieron a la escuela, y que, si se extiende el rango de edad hasta tres años, el número que no asiste sube hasta casi 480 mil. Esto equivale a más de 14% de la población entre 3 y 20 años.
Riesgo de exclusión
El estudio también midió el porcentaje de estudiantes que están en riesgo de salir del sistema escolar y no completar los niveles educativos obligatorios. Utilizó la sobreedad para medirlo porque la probabilidad de abandono crece notablemente entre estudiantes que tienen una edad superior a la indicada para ese nivel.
En el nivel primario, un 18.6% están en riesgo, y entre niños sube hasta 23% comparado con las niñas que fue de 13.7%. En el primer ciclo de secundaria (primer a tercer grado), un 24% está en riesgo de exclusión, y entre los adolescentes hombres el riesgo sube hasta casi 30% comparado con las adolescentes mujeres que es de 18%. En el segundo ciclo (cuarto a sexto grado), los números son similares. Como se ve, el riesgo de salir de la escuela crece a medida que avanza el grado escolar y afecta más a niños y adolescentes hombres que a niñas y adolescentes mujeres.
Los más afectados por la exclusión
Quienes tienen mayor probabilidad de quedar excluidos del sistema escolar son lo que no accedieron al nivel preprimario y quienes interrumpieron en algún momento el nivel primario o el primer ciclo de secundaria. El estudio encontró que en el año escolar 2014-15, un 16% de los estudiantes inscritos en el primer grado no habían cursado preprimario y el 3% entró a ese curso con rezago.
En el nivel secundario, el abandono tiende a crecer, aunque no linealmente, a medida que aumenta el grado. En el segundo ciclo, en promedio el 6.7% abandona mientras que en el primer ciclo es casi la mitad (3.5%). Y el abandono especialmente elevado entre estudiantes que reprueban. Un 31% del total de reprobados, abandona la escuela. En el quinto grado de secundaria, más de la mitad lo hace. El resultado del alto abandono en la secundaria es que la mitad de los estudiantes que inician el último grado de educación primaria, no llegan al último grado del nivel secundario.
Los niños, niñas y adolescentes con discapacidad también son una población especialmente excluida de la escuela. El porcentaje de no asistencia es sistemáticamente mayor entre discapacitados que entre no discapacitados en todos los rangos de edad.
Las causas
El estudio encontró que las causas de la exclusión de las escuelas son diversas y que se pueden clasificar en tres tipos.
Primero, las que tienen que ver con la situación de los y las estudiantes y sus familias, en particular la pobreza extrema que se traduce en trabajo infantil (especialmente en adolescentes que entre 15 y 17 años alcanza al 15%) o en no asistencia a preprimario a pesar de haber cupos. La escuela no puede enfrentar esto sola. Requiere articulación y apoyo de diversas instancias del Estado, así como de las organizaciones sociales, y que la gestión del sistema educativo provea apoyo y acompañamiento oportuno de escuelas que atienden poblaciones muy vulnerables y con discapacidad, y a las que tienen mayor riesgo de fracaso.
Segundo, las vinculadas a la oferta educativa, esto es, la ausencia de cursos de preprimario o de cursos en secundaria, especialmente en las zonas rurales. Esto no tiene que ver sólo con la falta de recurso sino con una inadecuada planificación de la oferta de personal e infraestructura.
Tercero, las que tienen que ver con la calidad de la educación, entre ellas los estudiantes que reprueban y abandonan, o que están en sobreedad (casi 240 mil con dos años o más en el nivel primario). Estos son factores desestimulantes que la escuela muestra incapacidad de contrarrestar. Actuar sobre esto requiere mejorar las prácticas de enseñanza. El estudio cita algunos avances en esta dirección.
En ese sentido, calidad y cobertura en la educación no son excluyentes, como a veces se presupone. Por el contrario, más calidad implica mayor cobertura porque se traduce en menor fracaso en el aprendizaje, menor repitencia, menor sobreedad y mayor estímulo a la permanencia.
No obstante, un tema sobre el que hay que conocer más es el impacto de la violencia en el abandono escolar. Específicamente las consecuencias de la violencia intrafamiliar como de la ejercida en las escuelas, tanto la que se da entre estudiantes como la ejercida por maestros, maestras y autoridades (especialmente psicológica) sobre los y las estudiantes. Esto podría explicar parte de la exclusión. También los embarazos en adolescentes deben estar explicando una proporción importante del abandono.
En síntesis, la no entrada oportuna de la población infantil a las escuelas o su salida prematura antes de completar los niveles obligatorios continúa siendo un problema importantísimo.
Enfrentarlo requiere no sólo recursos que provean más aulas y maestros donde son necesarios sino también atención a las situaciones sociales más difíciles de las comunidades y mejorar la calidad de la enseñanza. Eso debe contribuir de forma decidida a mejorar la capacidad de las escuelas de retener a los estudiantes hasta el último curso. Lograrlo es tan importante como mejorar los resultados en las pruebas internacionales de calidad.