Cuando uno lee la historia pública o política del presidente Donald Trump -¡74 millones de votos!, 2020- narrada por un expresidente que, increíblemente, tomó partido -2016-, desde un ala del Partido Demócrata, entonces uno comprende porque la historia, como ciencia o novela, a veces asume el sesgo indeleble de lo ideológico; o peor, el riesgo de la fragmentación-arbitraria de quién intenta ensayarla sin tomar la debida probidad metodológica.

Porque afirmar que entre los “factores” que facilitaron el ascenso de Trump al poder estuvo “…el que un sector de la sociedad norteamericana nunca aceptó la idea de que un afroamericano, como Barack Obama, pudiese ser presidente de los Estados Unidos”, es como decir que Trump compitió contra Obama y no contra Hillary Clinton -tan anglosajona como Trump, en 2016-. A parte de que, entre los “factores” -que no menciona el expresidente y narrador- que hicieron posible la llegada de Trump a la Oficina Oval estuvieron, como elementos desencadenantes, básicamente dos: a) el fenómeno universal outsider -un hartazgo o crisis de credibilidad ciudadana sobre la clase política sin excepción geográfica- y b), en el contexto específico de la sociedad norteamericana, crisis del liderazgo bipartidista (Republicano y Demócrata), pues Trump hizo añicos a sus contendientes políticos internos, mientras que Hillary -la candidata del expresidente-, según trascendió, no jugó del todo santo a Bernie Sanders para llevarse la nominación (aunque aceptó con dignidad su derrota). Además, de que ninguna encuesta daba a Trump ganador de esas elecciones.

Y es curioso que un expresidente, por demás, pensador-académico, obvie esos factores, cuando fue testigo y activista de excepción en esas elecciones donde el que no tenía ni la más remota posibilidad, desde las encuestas y la Opinión pública, ganó. Por ello, contar la historia desde el teatro de la guerra no es lo mismo que desde la grada. Y quien la quiere contar, ahora, no estaba en la grada, ¿o sí?

Por supuesto, que el dato ser testigo-activista de excepción no descalifica a nadie para contar los hechos, pero, siempre y cuando sus juicios no jueguen a la “imparcialidad” de contrabando.

Podemos, si hemos sido testigo de excepción, analizar o intentar, y hasta lograr, hacer historia con rigor científico sobre un hecho, fenómeno o personaje; pero, primero, debemos despojarnos de lo acrítico y luego, aunque sea por reparo epistemológico, dejar entrever que “narramos”-contamos desde lo temporal-actual y el telón de la política (a propósito, y contrario al desbarajuste, la carta de Pence a Pelosi, martes-12, es monumento-cordura) que, siempre, arrastra pasión, sesgo y parcialidad. Y hacer historia, desde esos presupuestos ideológicos, es, mínimo, de mucho riesgo por no decir crónica-relato de astrología.

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