“¿A que hora se reúnen los partidos para discutir sus asuntos?”, me preguntó una amiga por teléfono. “¡De noche! ¿Y qué están haciendo las mujeres a esa hora? Llegando de trabajar para ponerse a cocinar y a limpiar”, expresó. Conversábamos sobre los obstáculos que las mujeres enfrentan para poder participar como iguales en la política y la preponderancia de mujeres familiares de hombres políticos en la clase política. La gran ironía de esa conversación telefónica era que aparte del interés en el tema, mi amiga y yo tenemos algo más en común: ambas somos hijas de hombres políticos.
En el artículo anterior me hice eco del llamado urgente del Ministerio de la Mujer que apoya incluir en la nueva Ley de Partidos Políticos el aumento de la cuota femenina de un 33% a un 50%. Cerrada la legislatura, la clase política se muestra renuente a ceder en este punto y yo hasta he escuchado rumores descabellados de que algunos partidos planean insultar a las mujeres subiendo la cuota de un 33% a un 35%: es decir, unos míseros dos puntos, cuando la Constitución dominicana llama a la igualdad y a la no discriminación.
El panorama de la mujer en la política dominicana es el siguiente: las mujeres, como clase social, viven en situación de desigualdad, pero algunas tienen más oportunidades que otras. ¿Quiénes? Las esposas, hijas, hermanas y seguro que debe haber alguna sobrina de político por ahí también. Ojo: que el liderazgo androcéntrico de los partidos políticos utilice a “la pariente de” (y que ellas acepten) como estrategia para consolidar alianzas, no quiere decir que ellas no tengan cualidades. Al contrario, tengo constancia de que muchas son mujeres inteligentísimas y fajadoras, pero por más brillantes que sean, “las parientes de” cuentan con un capital político que las demás mujeres no tienen, aunque no lo quieran. En la política dominicana; en la que aún hoy algunos partidos “buscan votos”contratando muchachas para bailar dembow sobre una tarima y encima presionan mujeres electas para que “les cedan el puesto” a algún compañero, ser reconocida como “la familiar de,” les otorga un respeto y una distinción prestadas de dicho referente masculino.
Hace un año escribí para un periódico digital que: “Lamentablemente todavía vivimos en una cultura en que la participación de las mujeres es visto por muchos en la clase política, como una oportunidad para consolidar alianzas y apaciguar aguas entre familias poderosas. Como si esto fuera un matrimonio chapado a la antigua: las candidatas son muchas veces piezas en el rompecabezas del patriarcado dominicano que sirven para fortalecer o perpetuar uniones y pactos entre los caudillos. A algunos líderes políticos se les olvida que a las candidatas no hay que investirlas como si esta fuera una monarquía en la que el poder se pasa de pariente a pariente. No vivimos en palacios reales, ni en una oligarquía. Bueno… supuestamente”.
Pensándolo bien, resulta interesante que como escribí aquella vez, “muchos hombres políticos han llegado a los cargos donde están no en base a su mérito, sino en base a la ciencia cierta del compadrismo y el nepotismo.” Lo que pasa es que esta selectividad entre los hombres políticos no resulta tan evidente porque ellos son muchísimos más. Lo que quiere decir que, hasta que no se democratice la representación de las mujeres en la política (aumentando los porcentajes de participación), y ser una “familiar de” sea la excepción y no la regla para lograr posiciones o visibilidad política, todas las mujeres seguirán viviendo en la desigualdad. Algunas más desiguales que otras.