“Dicen que antes de entrar en el mar, el río tiembla de miedo. Mira hacia atrás para ver todo el día recorrido, las cumbres y las montañas, el largo y sinuoso camino que atravesó entre selvas y pueblos… Y frente a sí ve un océano tan inmenso, que entrar ahí es nada más que desaparecer para siempre. Pero no puede ser de otra manera. El río no puede volver atrás. Nadie puede volver. Regresar es imposible en la existencia. El río necesita arriesgarse y entrar al océano. Solamente al entrar ahí el miedo desaparecerá. Porque sólo en ese momento sabrá que no se trata de desaparecer, sino de convertirse en océano”
— Khalil Gibran
Esta frase me acompaña en los momentos en los que, como ahora, siento la urgencia de avanzar, pero también el peso del miedo.

Estoy en esa orilla, al igual que el río, temblando por lo que vendrá. He recorrido caminos sinuosos, he dejado atrás todo lo que alguna vez me definió.

He conquistado montañas y atravesado selvas emocionales que nunca pensé superar. Sin embargo, aquí estoy, frente a un océano que parece tan inmenso, tan incierto.

Cada uno de esos momentos en que he querido volver atrás, en que he deseado quedarme en la seguridad de lo conocido, ha sido una oportunidad perdida de fluir, de crecer. Porque aunque el miedo me paralice por un instante, ya no puedo regresar. La vida no lo permite. Siempre me he sentido como ese río, llena de historias y experiencias que me han moldeado.

Pero ahora, frente al vasto océano que tengo delante, no sé si avanzar significa perderme o encontrarme. Sin embargo, sé que quedarme quieta no es una opción.

Hay algo que Khalil Gibran no menciona explícitamente pero que es esencial: la confianza. Confianza en que ese paso hacia lo desconocido no es el fin, sino una transformación. Cada decisión que he tomado en la vida me ha llevado aquí, y aunque la incertidumbre me pesa, no puedo evitar recordar cuántas veces he dado un salto al vacío solo para encontrarme volando. Nunca es fácil, pero siempre ha valido la pena. Lo curioso es que el miedo, esa sombra que me acompaña en cada decisión importante, siempre desaparece en el momento en que me atrevo a dar ese paso. Se disuelve en el agua como si nunca hubiera existido.

Ahora, una vez más, me encuentro en un punto de no retorno. No sé qué me espera en este próximo capítulo de mi vida, pero sé que al igual que el río, debo arriesgarme. Debo confiar en que lo que me espera no es mi desaparición, sino una expansión. Me estoy convirtiendo en océano. Cada experiencia, cada desafío, cada lágrima y cada risa me han llevado hasta aquí. No puedo dar marcha atrás, y la verdad es que no lo haría ni aunque pudiera.

En este momento, justo antes de lanzarme a lo desconocido, me permito sentir el miedo. Pero también me permito sentir la libertad que viene con él. Porque solo enfrentándolo es que el miedo finalmente se disolverá, y yo, al igual que el río, me daré cuenta de que no me estoy perdiendo. Estoy encontrando una versión más vasta, más plena de mí misma.

No se trata de desaparecer; se trata de convertirse en algo mucho más grande; Se trata de convertirse en océano.

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