Las personas suelen postergan algunas conversaciones, unas veces por temor a lastimar, entristecer o hacer enojar al otro.

Con frecuencia, dejamos en el tiempo, temas de importancia crítica para una sana convivencia, aclarar malos entendidos, o simplemente entender el por qué de ciertas actitudes que han destruido relaciones, que en su momento fueron casi perfectas.

No siempre es fácil darse cuenta de los errores propios, pero resulta muy sencillo notar y resaltar los de los demás.

Aún más complicado, es perdonar sin reservas las fallas y acciones de alguien que nos ha lastimado, pero constantemente lastimamos y dañamos a otros y no podemos entender, por qué si nos arrepentimos y pedimos perdón desde lo más profundo del corazón, se niegan a perdonarnos.

De todos los ejercicios, el más difícil es ponerse en el lugar de los demás. Tratar de entender lo que nuestras acciones y omisiones les causan a quienes nos rodean. Nuestros problemas son el centro de todo, lo peor que le puede pasar a una persona, pero es pasmosa la indiferencia con la cual nos comportamos frente a otros que atraviesan por la misma situación.

Con frecuencia optamos por dar media vuelta y olvidarlo todo, sin tratar de entender o aclarar lo que nos duele y que muchas veces podríamos dejar en claro, con un diálogo honesto y sincero, pero es más fácil llegar a conclusiones que lastiman tanto, que terminan por convertir un mal entendido en una condena de distancia y dolor.

Es así como perdemos afectos, vamos acumulando dolor y sufrimiento, tristeza y amargura. Si solo lo intentáramos todo, antes de condenar y condenarnos al silencio y la distancia.

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