Es una constante escuchar quejas o lamentos acerca de las múltiples decepciones y desengaños que enfrentamos y que se convierten en causa de sufrimiento, pero sobre todo, de desconfianza y pérdida de fe.
Depositar en otros toda nuestra confianza y creer a ciegas que nunca nos fallará podría ser el comienzo de un largo y doloroso camino de decepción.
Es, también, muy triste escuchar a alguien decir que no cree en nadie, que no se puede confiar en las personas o que la amistad y el amor sinceros no existen. Es una pena que existan personas que no hayan encontrado afectos, ni amigos ni amores sinceros, o quizás todo se trata de valorar más lo que nos hiere que aquello que nos hace felices y con esa actitud, dejamos y ayudamos a que triunfe el mal sobre el bien. Reforzamos el daño que nos han hecho, con lo que les otorgamos aun más poder a nuestros verdugos para que nos dañen de forma permanente.
En algunos casos, la gente espera de los demás, justamente lo que no puede entregar a otros. Esperan una lealtad, que ellos mismos son incapaces de ofrecerles a otros, se sorprenden cuando alguien los traiciona y juran no volver a confiar jamás, aun cuando ellos han traicionado mil veces de la misma manera. El dolor solo es tal cuando les toca la piel, es imperceptible cuando se aloja en el alma de los semejantes.
Cuando se empieza a tomar conciencia de lo cruel que resulta traicionar la confianza que depositan en nosotros, no está de más, de vez en cuando, pensar que a lo mejor los otros no son tan culpables y que quizás somos más responsables que víctimas.
Sería bueno, antes de renegar del mundo y de las personas, antes de acusar a todos de deslealtad, convertirnos en el cambio.
Podríamos comenzar por ser honestos, leales y fieles, esa es la más excelsa expresión del amor.