A veces, por sentirnos seguros de que el tiempo que falta es mayor que el que ya ha transcurrido, dejamos muchas cosas para después. No importa qué tan importante y necesario pueda ser lo que tenemos pendiente, pero sin un motivo realmente válido, lo dejamos para otro día.

Muchas veces, a sabiendas del carácter de urgencia que solo les asiste a las oportunidades, sentimos que podemos postergar las acciones que deberíamos tomar de forma inmediata.

Es así como cada día desafiamos al destino y tentamos a la suerte, haciendo alardes de una seguridad que solo es una fachada para impresionar a los demás, pues en el fondo y nuestra soledad, somos inseguros y la verdad es que tememos fallar al intentar, por eso dejamos las cosas en el tiempo, a la espera de un acopio de valor, que quizás nunca llega.

Pocos hacen honor a la frase que reza: “No dejes para mañana, lo que puedes hacer hoy”. Al contrario, al parecer hoy estamos muy cansados para concluir todas las tareas del día, entonces ¿por qué apresurarnos?

Este pensamiento parece cada vez más generalizado.

La pereza y la falta de voluntad ganan la batalla, para dar paso a lamentaciones futuras, pues al olvidar que las mejores oportunidades llegan solo una vez, cuando nos damos cuenta ya la hemos perdido y por más que esperemos no regresan jamás.

Por más cansados, por más confiados de que el tiempo juega a nuestro favor, debemos estar alerta a esas oportunidades que tocan la puerta de nuestra vida solo una vez, para no pasar el resto de nuestra existencia lamentándolo.

No estaría mal comenzar a ocuparnos más en vez de preocuparnos por nuestra torpeza y por la mala costumbre de dejarlo todo para más tarde, sin entender que, muchas veces, la diferencia entre un acierto y un grave error la marca nuestra falta de interés y la práctica irresponsable de dejarlo todo para mañana, ignorando que mañana podría ser demasiado tarde.

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