Toda la vida hemos escuchado acerca de la influencia positiva y negativa que pueden tener en nosotros, las buenas o las malas compañías.
Desde nuestros padres, mejores amigos, pareja y otros familiares, nos llegan las alertas, cada vez que notan que una persona que integramos a nuestro círculo no nos traerá nada bueno.
En la mayoría de los casos, tienen razón. Lo malo es que pocos escuchan, no toman precauciones y solo les queda lamentar.
Sin embargo, las malas compañías no se limitan a personas.
No son solo esos falsos amigos, malos amores o compañeros de trabajo desleales.
A veces, las compañías perjudiciales, aquellas que nos restan y dañan, corresponden a algunas actitudes y conductas, ciertas creencias y convicciones.
A veces, también algunos afectos que sabemos no convienen, pero que nos empecinamos en mantener.
Como a la gente le gusta hacer promesas de año nuevo, propósitos para hacer mejor las cosas, durante los venideros 12 meses, no estaría mal proponernos caminar en mejores compañías.
Comenzando, claro está, por nuestro entorno inmediato, el más cercano.
Para eso es importante colocar la razón por encima de la emoción.
Es importante tener la suficiente madurez para aceptar y dejar volar, puede doler, pero si es lo mejor para todos, por que solo pensar en el bienestar de unos pocos.
Todo eso es importante y necesario.
Sin embargo, lo más importante es deshacerse de aquellas emociones que no nos hacen nada bien.
Es necesario dejar salir todo aquello que nos duele. Tenemos derecho a expresar a los otros el daño que nos han causado sus acciones y omisiones.
También tenemos el deber de aceptar las quejas que, sobre nuestras acciones, nos externan los demás.
Es nuestro deber llenarnos de sentimientos positivos. Es justo darnos la oportunidad de renovar nuestra alma y llenarla de comprensión para no juzgar, de paciencia para saber esperar y de amor para poder perdonar.
Esas son las mejores compañías, aquellas de las que tendremos las mejores influencias.