¿Cuántas veces hemos escuchado que la felicidad total y plena no existe?
Al menos como un estado permanente o durante períodos largos de tiempo.

Sí, más de mil veces. Las personas te dicen y se dicen para sí mismos que lo que los seres humanos perciben y describen como felicidad, en realidad no existe.

A lo largo de la vida, las personas tienen momentos y hasta ciclos de esa euforia indescriptible al sentir que cada cosa en sus vidas está donde debe de estar.

Sin dudas, se sienten felices. Pero al final de solo un momento.

Así nos hemos acostumbrado a pensar y es entonces cómo hemos asumido que solo tenemos pequeños momentos y espacios de felicidad, de alegría total, donde no existe cabida para nada negativo o triste.

En muchos casos, sobre todo cuando se es muy joven, es un duro golpe tener que aceptar que esa concepción ideal de ser felices, jamás podrá ser alcanzada.

Es cuando nos damos cuenta de que el famoso …”y vivieron felices por siempre” no es más que una frase sin sentido.

El tiempo nos va enseñado a disfrutar los días buenos y los gratos momentos. Nos hace aprender a valorar todo lo que nos rodea y nos hace sentir alegres.

Sin embargo, existe una felicidad posible. Esa que aunque carece de la euforia y la creencia de que será un estado eterno, nos proporciona lo básico para vivir y dejar vivir a los demás. Ese pariente cercano de la dicha total es la paz.

No existe mayor felicidad que la de vivir en paz, en armonía con los demás, pero en especial con uno mismo. Lograrlo es sencillo, solo basta proponérselo.

La paz interior, que se exterioriza con el trato que le damos a los otros, con la manera en que miramos el mundo, en la forma en que afrontamos las adversidades, es en sí misma una forma de felicidad.

La tranquilidad que nos da vivir en paz, poco a poco, se va convirtiendo en la mayor aspiración de nuestras vidas.

Nada reconforta más el alma que la paz, que no dejarse perturbar por ninguna adversidad, por encontrar solución a los problemas mayores, con naturalidad, sin sentir la desesperación de que se nos cae el mundo encima.

La calma, la paz y la tranquilidad forman parte de una felicidad serena, apacible, que podría ser constante y que nos ayudaría a llevar las complicaciones del día a día con mayor optimismo y con la fe de que podemos lograrlo todo, con paciencia.

No existe mayor felicidad que aquella que habita en la paz y el sosiego del alma, que aquella que nos permite seguir firmes aún en medio de la más violenta tempestad.

Es así como entendemos que existe una felicidad tan inmensa como posible y lo mejor de todo, está al alcance de todos.

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