Mucho tiempo llevamos escuchando de la importancia de no apegarse a nada.
En especial a las cosas materiales. Pero tampoco es bueno apegarse a la gente, los lugares, las posiciones. A nada.
El día que llegamos a este mundo llegamos sin nada. En este punto solo contamos con el amor y protección de los padres. Quizás por eso creemos que ellos serán eternos, que jamás se irán, que siempre estarán ahí y nos protegerán. Cuando pasa el tiempo, comienza esa tendencia casi perenne de creer que todos cuanto nos rodea, nos pertenece. Como niños somos egoístas, nos negamos de forma rotunda a compartir con otros niños nuestros juguetes, nos resistimos a aceptar que otros “invadan” el que creemos nuestro espacio.
Es una conducta que vemos repetir en nuestros hijos, pero que no hacemos nada por corregir.
En la edad adulta, cuando comienza la etapa del amor y del trabajo, es cuando surge la idea errónea del para siempre.
El amor nos impide entender que todo en la vida tiene fecha de caducidad.
Es verdad que millones de parejas en el mundo se unen para siempre. Jamás se separan y adquieren la tolerancia suficiente para soportar hasta lo imperdonable. Es cierto, pero, aunque no en todos los casos, en un gran número de estas parejas, el amor murió hace tiempo. Solo es costumbre y evitar la bendita “partición de bienes”. En otros casos, es que la mujer tiene que “aguantar” para salvar su hogar.
Independiente de las razones, apegarse a algo o a alguien, nunca es saludable.
Lo mejor es pensar que somos dueños de nada, que un día estamos en un lugar, pero que otro día la vida puede dar un giro inesperado y es precisamente para esos cambios que debemos estar preparados.
Lo que hoy es mañana, de seguro no lo será.
Quien hoy es solo nuestro, mañana ni nos recordará.
El lugar donde nos sentimos amo y señor, mañana puede cerrarnos las puertas.
Al final, lo importante es saber que todo pasa, que no podemos quedarnos estancados en el sufrimiento de aquello que nos resistimos a dejar ir. Si has de apegarte a algo, hazlo a ti y tus valores, a tus convicciones, a aquello que nadie jamás podrá quitarte para dárselo a alguien más.