Es lamentable cómo en medio de las tribulaciones muchos dominicanos pierden la vida en lo que piensan será una mejor existencia, apostando a ese sueño que se hace trágicamente eterno y del que no despiertan porque no logran sobrevivir. Y así se despojan de sumas considerables en ese proyecto anhelado, que bien pudieron haber invertido en un modesto emprendimiento, pero la decisión de quemar las naves está tomada para ir tras ese destino incierto sin retorno que los deja sumergidos en la nada, en una ida que no tiene vuelta.
La pobreza extrema es el pretexto, pero la desesperación les lacera el alma y esa es la peor de las consejeras, agravadas con las carencias y escaseces propias de los desposeídos. Vivir en la impotencia ante la falta de oportunidades inmediatas, sin una salida visible a corto plazo, les impide apreciar que habitan en un país donde sobra la caridad para que nunca les falte un plato de arroz y en el que las inclemencias del tiempo no les arrebatará la vida.
Donde la música alegra el momento poniendo a bailar, aunque no se quiera, donde se encuentra quien te dé indicaciones de cómo parquearte, te acompañe en las penurias, te prepare remedios, te ayude a cargar algo pesado, mientras sonríe y se toma todo a chiste. Una isla que es lo más parecido al paraíso, rodeada del más azul de los mares, en la que en unas horas puedes cambiar al sol más ardiente, por la frescura de las montañas; un lugar al que todo el que viene quiere volver (o quedarse). Sin embargo, optan por tomar ese camino sin retorno en una travesía peligrosa arriesgándose a que el océano bravío engulla sus cuerpos.
Esa búsqueda en el extranjero no es exclusiva de los que se ven arrastrados por una realidad paupérrima que sin miramientos se lanzan a lo desconocido, si no que ha contagiado a muchas nuevas generaciones de jóvenes profesionales – a veces impulsadas por sus padres que lo ven como su única oportunidad- que están convencidas de que lo de fuera es mejor y reniegan de sus raíces, prefiriendo ser peones del tablero universal que alfiles en su propia tierra. Entonces, en ocasiones, se convierten en una ficha más –aunque con buenas entradas económicas- en lugar de una personalidad destacada en su país; en su obsesión por marcharse ignoran que más vale ser cabeza de ratón que cola de león porque, aunque el césped del vecino aparente ser más verde, muchas veces es un espejismo que en realidad es solo grama artificial.