Corría el último tramo de la noche del Martes Santo, cuando una joven pareja de evangelistas, recién casados, regresaba a Santo Domingo luego de haber terminado su noble tarea de predicar el Evangelio en una pequeña comunidad de Villa Altagracia, tarea cuasi ecuménica que en ellos era habitual por entender que la palabra de Dios ayuda al cristiano a librarse de prácticas diarias categorizadas como pecados, y que nos rodean por todos lados, pero sin nunca pensar, que más adelante serían interceptados en su ruta vial, por una patrulla policial que, actuando como un comando especial, procedería a emboscarles, y sin nada preguntarles, procederían a dispararles hasta matarles.
La mañana del día siguiente, Miércoles Santo, la trágica noticia corrió como onda sísmica en medios de comunicación, incluyendo redes sociales, radio y televisión, pero la gente no daba crédito a lo que escuchaba con asombro y atención, y todos pensaban que había algún error de información, pues no podía ser verdad, que al iniciar la Semana Santa, un cuerpo uniformado y armado, pagado con fondos públicos para cuidar y defender al público, hubiese cometido la espantosa atrocidad de matar de manera brutal a dos jóvenes evangelistas cuyo único pecado era regresar de predicar la palabra de Dios, como tradicionalmente se suele hacer en la Semana Mayor, por lo que ante el estupor congelante de la población total, la Policía Nacional procedió a construir la versión artificial de que el auto de los evangelistas había sido confundido con el auto de unos delincuentes que eran perseguidos por la patrulla policial.
Y fue ahí cuando la paciencia de todo el país se saturó como gas combustible que se expandió y explotó, y cuya onda expansiva social de inmediato llegó hasta el Palacio Nacional, donde el presidente de la República, indignado, se vio precisado a cambiar unas palabras que tenía preparadas para hablar de la economía nacional, y proceder a hablar de lo que ya se entendía como una tragedia nacional que esperaba una inmediata respuesta gubernamental, por lo que el presidente Luis Abinader inició sus palabras diciendo: “La indignación que tengo, y que tiene el pueblo dominicano, me obligan a referirme al homicidio de una pareja de pastores recién casados, inocentes, en Villa Altagracia. Ninguna palabra alcanza a expresar la indignación, el dolor y la rabia que todos llevamos dentro al ver la noticia del tiroteo a cargo de policías que han arrebatado la vida a dos jóvenes dominicanos que tenían un gran futuro por delante”.
Y es que desde hacía mucho tiempo no se producía un homicidio policial que estremeciera los cimientos de la conciencia nacional como esta vez lo hizo esa patrulla policial, y donde se conjugaron factores que rara vez se conjugan simultáneamente: 1) se trata del homicidio de una pareja de jóvenes al inicio de la Semana Santa; 2) eran evangelistas; 3) venían de predicar la palabra de Dios; 4) la patrulla policial los detuvo y sin mediar palabras les dispararon a matar; 5) la Policía luego argumentó que confundieron el auto con el de unos delincuentes; y 6) la gente comenzó a verse en igual posible situación, pues quienes transitamos en carreteras estaríamos expuestos a la misma “rara confusión”.
Nada más evidente que el dolor expresado en los rostros de madres y padres de esos jóvenes cristianos masacrados brutalmente, los que fueron enterrados este pasado Viernes Santo, tal y como Jesús fue enterrado un Viernes Santo luego de ser crucificado por soldados romanos, no obstante ser inocente, por lo que desde ahora cada Semana Santa será para esas madres y padres una semana de cuasi crucifixión donde solo pensarán en la tragedia que apagó esas vidas jóvenes sin que hubiese una razón, y en lo adelante, cada vez que vean un uniforme policial sentirán el mismo terror que sintieron sus hijos en ese punto vial cuando vieron a policías uniformados, pagados con fondos públicos, rastrillar armas para disparar a matar, y es ahora cuando ha de comenzar la tragedia sicológica nacional que ha de experimentar todo conductor cuando sea detenido en ruta vial por una patrulla policial, pues nada ni nadie podrá evitar que la gente sienta pánico pensando que se puede repetir la misma acción de espanto de este Martes Santo.
Ante esta asfixia colectiva social el país necesita aspirar aires de confianza suministrados por sus autoridades y sus cuerpos armados, pero para ello necesitamos ver una acción superior de inmediata depuración y tecnificación de la institución responsable de esa criminal acción que casi a todos nos ha hecho llorar al ver el triste funeral de esos jóvenes inocentes asesinados brutalmente, y que la prudencia y la tecnificación pudieron evitar para no generar los dramas familiares que todos hemos visto en medio del espanto que seguía este Viernes Santo, donde por un lado, en un cementerio, varias familias lloraban y enterraban a sus jóvenes muertos y pedían justicia sin clemencia, y por el otro lado, frente a un cuartel policial, varias familias lloraban y pedían clemencia al ver que padres y esposos podrían pasar 30 años en la cárcel por cometer dos crímenes indecentes en contra de dos jóvenes evangelistas inocentes.