En nuestro país, lamentablemente, vivimos en un constante sobresalto. El desorden en el tránsito nos mantiene estresados por la cantidad de incidentes que ocurren cada segundo y la avalancha de motorizados que circulan zigzagueando de forma temeraria entre los vehículos, en franca violación a las leyes y normas.
Pero también tenemos que aguantar el acoso de vendedores ambulantes, limpia cristales y “pedilones” que se atraviesan en la vía, y que muchas veces hasta amenazan a conductores cuando se niegan a comprar sus productos o cuando no pueden dar una “limosna”, además de que estas malas prácticas ralentizan el tránsito.
En diciembre pasado, un limpiador de cristales me insultó de forma agresiva con palabras muy descompuestas y ofensivas porque no quise aceptar que me limpiara los cristales del vehículo que, por demás, estaban relucientes. Gracias a Dios no me apedreó ni rayó el auto, pero fui amenazada mientras esperaba el cambio de luz.
Hace aproximadamente una semana, un vendedor de limpiaparabrisas se me acercó y pegó su cara al cristal para mirar hacia dentro y me dijo que el limpiaparabrisas del vehículo estaba suelto y que él lo apretaba en un acto de “buena fe”. “Se pueden caer y perderse”, me gritó.
Muy rápido reaccioné y le dije que no, que agradezco su advertencia y su gesto, pero que no tocara el limpiaparabrisas y al cruzar la calle otro vendedor me esperaba con el mismo argumento y volví y le repetí con ademanes que no, que no los tocara.
Cuando llegué a mi lugar de destino, revisé el limpiaparabrisas y todo estaba en orden. Un compañero de trabajo, a quien le comenté lo sucedido, me advirtió que esa es una vieja maña que usa esta gente para robar. Me dijo: “Ellos hacen eso, te quitan los originales y los cambian por otros, o sencillamente se los llevan”. ¡Bingo! Le dije en ese momento.
Esto está ocurriendo en nuestras calles, además de asaltos, robos, atracos por parte de vándalos que se disfrazan de “buena gente” para persuadir a sus víctimas y atacarlos.
El que anda montado, a veces cae en desgracia con este tipo de personas, porque ellos están en la calle y sienten que pueden alterar el orden público sin consecuencia alguna. Lo más aconsejable es ignorarlos o sonreírles para que la cosa no termine en mayores.
Los cabildos deben supervisar y controlar este tipo de actividades en las calles y espacios públicos, porque además de los tapones también tenemos que aguantar el acoso permanente de vendedores, pedigüeños y pillos que, muchas veces, no permiten que uno avance.
Así que salir a la calle para cumplir con nuestros compromisos laborales, familiares y personales se hace cada vez más complejo y difícil, a veces hasta nos resistimos a salir a caminar y hacer ejercicios, a tomar el sol, o a desplazarnos en nuestro propio medio de transporte por miedo a ser asaltado o a sufrir atropellos.
Y pensar que estar en contacto con el medio ambiente, la luz solar, con la naturaleza son componentes fundamentales para mantener una buena salud física y mental, pero aquí, lamentablemente, no se puede.