No existen suficientes elementos que permitan sostener con fundamento la tesis de que el miedo difuso al delito (percepción) es obra única de los medios de comunicación. Sin embargo, desde hace un buen tiempo hay quienes afirman que éstos influyen o contribuyen al incremento del fenómeno de la inseguridad ciudadana, en tanto alimentan la manera como las personas la perciben o la interpretan.
En este contexto, no es posible obviar el hecho de que los medios de comunicación, en tanto negocio, compiten por obtener los máximos beneficios mediante la captación de la mayor cantidad posible de consumidores de sus productos. Por eso, no están desprovistos de intereses particulares y no se limitan, pura y simplemente a informar acerca de lo que ocurre sin sumar o restar nada.
Para lograr sus objetivos la materia prima no puede ser otra que la ocurrencia constante de noticias que impacten, desconcierten o que aterroricen a costa de cualquier precio ya que la alarma social, el morbo, es buen incentivo para atraer a quienes consumen la noticia.
La gente comienza a sentirse expuesta no sólo a riesgos reales de la delincuencia local, sino también a riesgos percibidos alimentados por la narración indiferenciada de conflictos que afectan a otros grupos sociales y territoriales alejados de los propios.
No obstante lo anterior debemos estar claros en que los medios de comunicación no son los que producen las elevadas tasas de delito ni la disminución en la confianza en la capacidad estatal para controlarlo, aunque bien pueden contribuir en su solución.
La investigación objetiva, por parte de los comunicadores, la especialización de los agentes de prensa en el tema a abordar, son factores que pueden contribuir en la formación de un criterio real acerca del fenómeno del delito y de los factores que contribuyen a su incremento.
Ello contribuiría, sin duda a la construcción de una percepción más cercana a la realidad y, en consecuencia, a la búsqueda de una solución más apropiada a un conflicto que nos preocupa a todos.