Eso dijo, con toda certeza sociohistórica, el expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti sobre otro líder político de su país y agregó “ni se inventan”. Y es que hay quien cree que ser líder es una suerte de relevo forzado, impostura de género o de cuestión generacional; sin embargo, los liderazgos políticos y sociales -y hasta de otras índoles- se construyen o surgen en una coyuntura específica de la historia de los pueblos y, como todo ente social, vienen con virtudes y defectos que a veces el carisma, la idolatría o el fanatismo imposibilita, a sus seguidores, auscultar o comprender ambas características intrínsecas de esos hombres que trascienden en cualquier sociedad.
Igual hay una gran diferencia entre un político y un activista -que puede ser político-. Al respecto, básicamente un político clásico es aquel militante que en un partido político, abraza una doctrina, una ideología y un programa de gobierno, mientras que un activista político, generalmente, es aquel que puede militar en un partido, pero su razón de ser o motivación última, casi siempre, está centrada en una determinada agenda social o de múltiples causas o razones -medioambiente, género, filosofía, religión, etcétera- y no necesariamente, en el fin último de todo partido político: llegar al poder e implementar su oferta programática.
Quizás por esa visión dispersa, los activistas políticos de múltiples agendas, sin saberlo, confunden ambos roles y se les imposibilita deslindar ambas dinámicas sociopolíticas: la del partido donde militan -cuyo objetivo primario es alcanzar el poder- y los otros objetivos secundarios -otros ejes temáticos o causas variopintas- que, muchas veces, para un partido, son negociables-consensos en aras de alianzas, pactos o preservar, en una determinada coyuntura especial, la propia organización política donde se milita; aunque tal estratagema o estrategia, elaborada por su cúpula-jerarquía, choque o entre en contradicción antagónica con lo que un determinado activista político defienda como genuinamente democrático.
Y por esa visión democrática-dogmática o de innegociable visión centrada, los activistas políticos de múltiples agendas, casi siempre, asumen posturas psicorrígidas sobre el porqué “los liderazgos no se decretan…” y, en consecuencia, sufren grandes decepciones… O cuando no, son grandes desconocedores o no practicantes de la política en sentido clásico o de lógica. Por ello, políticos y activistas abrazan diferentes objetivos y agendas.
Nuestro país conoce a los dos actores: unas veces en representaciones de países o gobiernos extranjeros y otras de entes nacionales-gubernamentales (pro-ONG), pero en ambos casos defensores, a ultranza, de dos tipos de agendas: nacional o supranacional. Aunque algunas veces confluyen ambos en un mismo liderazgo (son excepciones, pero las hay).