Hace pocos días, los asiduos del Supermercado Nacional de la Avenida 27 se encontraron con una escena desoladora: el espacio en el que se colocaban las queridas sillas y mesas, donde intelectuales de todo tipo armaban sus “tertulias” improvisadas, ha sido desmantelado. Ese espacio vacío simboliza una pequeña y desértica tragedia en una ciudad que parece empeñada en arrancarles sus refugios a los suyos.
Entre los primeros en llorar está El Perínclito y sus intelectuales de supermercado que, entre una revisión casual de la sección de vinos y una cita filosófica apresurada, realizaban sus peñas con un aire de erudición bohemia. Eran conocidos por sus disertaciones sobre temas complejos, enciclopédicos; para ellos, la desaparición de esas mesas es como la demolición de un templo. Sin un lugar donde teorizar, entre estantes de productos importados, se sienten huérfanos, desprovistos del único rincón que les daba ese halo de “sabiduría”.
Pero no son los únicos afligidos. Los “pica-pica”, personajes inconfundibles que merodeaban por ahí, se quedan sin una fuente de “subsistencia”. Ellos eran los mendicantes sutiles que, con una mezcla de picardía y habilidad, lograban sacarles algún peso a los asistentes de las tertulias que comprendían bien la caridad. ¿A quién le vocearán ahora con entusiasmo: “¡Ese sí es bueno!” o “¡Ese sí es grande!”?
Entre las figuras habituales también se encontraba un ministro que, desde hace años, presidía una peña allí. Este personaje, acostumbrado a la camaradería de sus compañeros de tertulia, enfrenta ahora el dilema de buscar un nuevo espacio donde pueda mantener su ritual sin tener que ocultarse tras un despacho.
Los líderes de oposición, por su parte, que encontraban en el Nacional un campo neutral para conspirar con cierta sutileza, parecen estar perdidos, desorientados. La falta de ese espacio les deja un vacío, como si la ciudad les dijera que ni siquiera su derecho al debate informal les pertenece. ¿Cómo se articularán sus nuevas ideas sin ese lugar para la elocuencia compartida, sin este santuario popular de la intelectualidad cotidiana?
Finalmente, están los izquierdistas y filósofos de café, que, con fervor revolucionario y elocuencia reflexiva, defendían sus ideales entre sorbos de café y debates sobre justicia social y teorías políticas. Estos personajes, que trataban de inspirar a las masas desde las mesas del supermercado, ahora se ven desplazados, sin el refugio que les permitía teorizar al alcance de cualquiera que tuviese una tarde libre y un oído paciente.
Sin dudas, el cierre de este espacio en el supermercado no es solo un cambio de mobiliario, sino una sentencia de desalojo para aquellos que buscaban, desde allí, crear un pensamiento colectivo, llegar al poder o hacer la revolución.
Ahora, la cultura improvisada de la capital está más empobrecida y la clase media, desplazada de los círculos de élite, se queda sin un lugar donde crear lazos que trascendían lo efímero.
Algunos encontrarán nuevos rincones; otros se dispersarán. Pero una cosa es segura: El supermercado Nacional ya no es lo que era. Los intelectuales de supermercado y todos aquellos que alguna vez hicieron de ese espacio su propia ágora, saben que han perdido un remanso de libertad y camaradería.
Requiescat in pace.