El sacerdote español Joseph Acosta escribió sobre el gigantismo de unos nativos mexicanos a quienes llamó chichimecas. Dice éste:
“Nadie se maraville, ni tenga por fábula lo de estos gigantes, porque hoy día se hallan huesos de hombres de increíble grandeza. Estando yo en Méjico año de ochenta y seis, toparon un gigante de éstos enterrado en una heredad nuestra que llamamos Jesús del Monte, y nos trajeron a mostrar una muela, que, sin encarecimiento, sería bien tan grande como un puño de un hombre, y a esta proporción lo demás, lo cual yo vi, y me maravillé de su deforme grandeza. Quedaron, pues, con esta victoria los Tlacaltecas pacíficos, y todos los otros linajes sosegados, y siempre conservaron entre sí amistad las seis generaciones forasteras, que he dicho, casando sus hijos e hijas unos con otros, y partiendo términos pacíficamente, y atendiendo con una honesta competencia a ampliar e ilustrar su república cada cual, hasta llegar a gran crecimiento y pujanza.
Los bárbaros chichimecos, viendo lo que pasaba, comenzaron a tener alguna policía, y cubrir sus carnes, y hacérseles vergonzoso lo que hasta entonces no la era, y tratando ya con esa otra gente, y con la comunicación perdiéndoles el miedo, fueron aprendiendo de ellos, y ya hacían sus chozas y buhíos, y tenían algún orden de república, eligiendo sus señores y reconociéndoles superioridad. Y así salieron en gran parte de aquella vida bestial que tenían; pero siempre en los montes y llegados a las sierras y apartados de los demás.
Por este mismo tenor tengo por cierto que han procedido las más naciones y provincias de Indias, que los primeros fueron hombres salvajes, y por meterse de caza fueron penetrando tierras asperísimas y descubriendo nuevo mundo y habitando en él cuasi como fieras, sin casa, ni techo, ni sementera, ni ganado, ni rey, ni ley, ni Dios, ni razón. Después, otros, buscando nuevas y mejores tierras, poblaron lo bueno e introdujeron orden y policía y modo de república, aunque es muy bárbara. Después, o de estos mismos, o de otras naciones, hombres que tuvieron más brío y maña que otros, se dieron a sujetar y oprimir a los menos poderosos, hasta hacer reinos e imperios grandes.
Así fue en Méjico, así fue en el Perú y así es, sin duda, donde quiera que se hayan ciudades y repúblicas fundadas entre estos bárbaros. Por donde vengo a confirmarme en mi parecer, que largamente traté en el primer libro, que los primeros pobladores de las Indias occidentales vinieron por tierra, y, por el consiguiente, toda la tierra de Indias está continuada con la de Asia, Europa y África, y el mundo nuevo con el viejo, aunque hasta el día presente no está descubierta la tierra, que añuda y junta estos dos mundos, o si hay mar en medio, es tan corto, que le pueden pasar a nado fieras y hombres en pobres barcos. Mas dejando esta filosofía, volvamos a nuestra historia” (Historia natural y moral de Las Indias, Joseph de Acosta, Libro VII, Cap. 3).