A 57 años del ajusticiamiento del tirano la sociedad dominicana tiene motivos para celebrar, pero también, para la reflexión autocrítica. La gesta del 30 de mayo de 1961 dio inicio a la caída de uno de los regímenes políticos más crueles y represivos del continente. Un aniversario más de este acontecimiento heroico invita a festejar el ajusticiamiento del déspota y por qué no, los innegables avances que en materia de libertades democráticas ha alcanzado el país. La conmemoración de ese día, debe ayudar a tener presente la perenne necesidad de mantener viva la memoria histórica del pueblo dominicano sobre el significado de la cruenta dictadura trujillista y lo que ha costado vivir en democracia.
Sin embargo, evocar esta simbólica fecha deber ser además pensar en la forma de erradicar los fantasmas de la Era de Trujillo que aún perviven en la sociedad dominicana. Como punto de partida, se debe atender la demanda que se viene haciendo al Estado dominicano de crear una Comisión Oficial de la Verdad.
Esta comisión deberá investigar los abusos a los derechos humanos y los crímenes cometidos por la dictadura y elaborar un informe que permita recoger bien la historia, establecer responsabilidades y avanzar en la aplicación de justicia transicional. Esto es, que se implementen medidas judiciales y políticas que permitan una reparación por las violaciones masivas a los derechos humanos. Se requiere de un gran compromiso social y político para deshacer el infausto “borrón y cuenta nueva”.
Uno de los fantasmas del gobierno autocrático de Trujillo que aún prevalece en el país, es el de la continuidad y la pretensión del eterno retorno al ejercicio del poder. Junto a esto, predomina en el ejercicio de la política la visión patrimonialista y clientelar del Estado. Garantizar lealtad de los electores a cambio de dádivas sigue siendo la principal preocupación de una parte importante de los políticos, sin importar la calidad de las políticas públicas.
Todavía se entienden las instituciones del Estado como feudos particulares que se deben manejar con absoluta discreción y en las cuales la frontera entre lo público y lo privado desaparece. Del lado de la ciudadanía, aún circulan espectros de aquel régimen de miedo y de terror. Así lo indican la indiferencia y pasividad social frente a serios problemas colectivos que siguen afectando al pueblo dominicano. Junto a esto, persiste la creencia en un mesías político que vendrá a resolver las carencias y los déficits sociales que se han acumulados durante décadas. Erradicar estos fantasmas de la Era, en la política partidaria y en el ejercicio de ciudadanía, es una tarea aún pendiente en la sociedad dominicana.