Sosúa es otro ejemplo de lo que cuesta recomponer la irresponsabilidad, falta de conciencia o ambas cosas, que vienen del pasado y crean graves problemas que atentan contra la sostenibilidad ambiental, económica y social de las riquezas turísticas de muchas comunidades.
En el inicio de la década de los setenta, desde Playa Dorada, vi las luces de Sosúa, en una noche de luna llena cuya luz combinada con el brillo de las estrellas, la del resplandor de las luces de Sosúa, creaban una paisaje impresionante. ¡Inolvidable!
Al día siguiente me escapé para ir a pisar la arena de la impresionante Sosúa. Al otro día repetí la excusión, esta vez a Cabarete. ¡Amor a primera vista! Nunca me había detenido a disfrutar de los encantos de estas comunidades, que a mis ojos parecían valiosas joyas turísticas. Me convertí en un fanático ese pequeño rincón del país.
A mí, criado disfrutando de las solitarias y fabulosas playas de Punta Cana a Miches, que quedé atrapado en los encantos de este lugar donde comenzaba a florecer el turismo. Cuando pasaron los años y creció el turismo en Punta Cana, escribí que si allí existiera una comunidad como Cabarete, sería el destino perfecto. Años después, en una conferencia en Puerto Plata, esta opinión fue compartida por el experimentado gestor turístico de Punta Cana Frank Rainieri.
Sigo siendo fan de Cabarete y Sosúa y he encendido la computadora cada vez que ha sido necesario defenderlas de la voracidad de políticos, autoridades y comerciantes irresponsables.
Con pena vi como la playa de Sosúa, una de las más bellas del Norte, día a día era destruida por comerciantes “disfrazados” de pobres “padres de familia”. Se apoderaban del espacio público y la convertían en un desordenado arrabal. Destrucción, a la que sumaron convertir sus calles tradicionales en espacios para la prostitución. ¡Qué pena!
En cada visita, observar con gran tristeza ese paisaje fruto de la irresponsabilidad de políticos y autoridades. Este ambiente desalentaba las visitas de ataño a los pequeños bares y restaurantes
La naturaleza fue generosa y trajo tanta arena blanca, que convirtió en pocos años el acantilado próximo a la original playa pública, en una hermosa playa, y tuvimos que batallar para impedir que los comerciantes la pudrieran con negocios de mal gusto.
Fui voluntario en algunos esfuerzos para poner orden, pero con autoridades cómplices, nada se logró. Las garras comerciales asfixiaban la playa pública tradicional. No había autoridades interesadas. Pero el año pasado inició un prometedor intento de salvar la playa y a pesar de que le regalaban una bella plaza, los comerciantes se negaban. El desorden y la arrabalización esconden muchos pecados, que el orden y la limpieza impide. Muchos estamos esperanzados en que esta vez el Ministerio de Turismo y el Gobierno asuman su responsabilidad y anoten en su historia el rescate de uno de los más bellos rincones turísticos del Norte. Porque cuando se quiere, se puede.