Mario Vargas Llosa, aunque no me guste como político -y sí mucho, como novelista y defensor intransigente del libre debate de las ideas-, nos puso, hace algún tiempo -La civilización del espectáculo-, sobre aviso hacia dónde nos lleva esta postmodernidad y lo banal o superfluo del exhibicionismo que promueve. Y en esa pasarela de trivialidades, pornografía, noticias falsas o chatarra-cloaca que es una de las tantas vías -porque, también, las hay loables: educativa, teletrabajo, zoom-videoconferencia y divulgación ciencia y artes (en tiempos de covid-19)- expeditas de las redes sociales que también resultan ser el periódico de mayor tirada-lectoría y veeduría publica de denuncias ciudadanas -que siempre habrá que investigar- sobre desmanes, excesos o corrupción pública-privada. ¡Vaya fisura entre escuela y burdel!

El gran reto es: cómo navegar y descodificar en semejante océano. Cómo hurgar en la más monstruosa biblioteca, ¿con cuáles ojos y criterios? Es ahí el gran dilema universal: censurar o monitorear. Sin duda, el problema es complicado porque están en juego valores supremos e inalienables al homo sapiens tales como la información, la libertad y el derecho a la privacidad. Pero también, cómo resguardar: seguridad pública, recreación sana, deleite y disfrute de las bellas artes y abrevar en otras culturas, si por todas partes hay amenazas y depredadores.

No sé, pero esa tarea -la de monitorear (lo prefiero)- no puede quedar al libre albedrio de políticos o de empresarios-dueños -influencers corporativos- de plataformas de redes sociales u otras vías de información masiva -mass media-. Y ese es el quid del asunto: quién o quiénes deben monitorear, porque tampoco debemos tolerar, como a veces sucede, que ciberdelincuentes o fundamentalistas decidan. ¡Eso jamás!

La otra arista es que las redes sociales son, también, refugio universal no solo de ciberdelincuentes sino de sicarios de reputaciones públicas-privadas; igual que autopistas para fanáticos, pedófilos e inadaptados o psicópatas que han encontrado en la internet y las redes sociales el vehículo perfecto para dar riendas sueltas a lujurias, patologías, seducción-invasión y crímenes bajo el manto del anonimato.

¿Qué haremos?

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