Hizo bien la oposición aceptando ir al diálogo para conocer al detalle cada una de las reformas propuesta por el jefe de Estado sobre una modificación constitucional, más de 12 reformas para “…brindar la independencia del Poder Judicial, la Cámara de Cuentas y la Controlaría General de la República, así como eficientizar el sistema eléctrico del país…”. Y como ya sabemos, algunas de esas reformas pasan necesariamente por una Asamblea Nacional revisora, pues tocan aspectos consignados en nuestra Carta Magna.
Y no hay que tener aprensión a una Asamblea Nacional; aunque una vez abierta sea soberana, ya que se supone que toda reforma implica diálogos y pactos, pues ninguna fuerza política va a aceptar, a menos que una tenga mayoría calificada en ambas cámaras -que no es el caso-, que el proponente imponga, al pie de la letra, sus propuestas o modificaciones. De modo, que se entiende que lo que se logre expresará el consenso.
Dije aprensión porque ya hay voces por ahí -ultraderechas-trujillistas que hablan por boca de ganso- que se oponen a una reforma constitucional para hacer viable la real independencia del poder judicial y del Ministerio Público, alegando que tal independencia está consignada -constitucionalmente- desde la reforma de 2010; pero obvian que en esa ocasión también estaba consignado el “jamás” y se modificó para imponer, sin consenso y para beneficio del presidente en ejercicio, la modalidad de reelección diferida-intercalada -el “vuelve y vuelve” de Joaquín Balaguer-. Luego, en el 2015, se volvió al modelo que creemos hay consenso: la posibilidad, constitucional-democrática, de dos períodos y “jamás”. Y como soy partidario de ese modelo, propongo que se consigne, entre las reformas o “candados”, la de que nadie que haya sido presidente y aspiró a repostularse o no quiso, pueda volver (además, un tope, como ha propuesto el PRSC, al endeudamiento público); y así ir desmontado-desterrando las rémoras (sociopolítica-cultural): caudillismo y presidencialismo.
Igual, es un mito-espejismo creer que, en un país subdesarrollado, la Constitución sea una suerte de lienzo sagrado o pétreo, pues es bien sabido que en los países donde las modificaciones constitucionales son escasas o, muy de excepción, son aquellos que han alcanzado altos niveles de desarrollo e institucionalidad que se traduce en separación de los poderes públicos con énfasis en el sistema judicial y poder legislativo. Y me pregunto: ¿hemos alcanzado esos niveles de desarrollo e institucionalidad? ¡Por supuesto que no!
Entonces, hablar de que la Constitución “no se toca” -cuando se ha tocado-, es como insultar la inteligencia ajena; e igual hacemos cuando decimos que nuestro sistema de justicia es realmente “independiente”. ¡Por favor!