En República Dominicana el tamaño de las escoltas es directamente proporcional al valor personal del beneficiario, pero en sentido inverso: a menor valor, mayor la escolta. Otro aspecto que influye en el tamaño es el nivel de pretensiones y la autopercepción de muy importante que se crea el beneficiario.
He visto algunas escoltas desproporcionadas de funcionarios, civiles, militares y policiales, que no entienden la realidad del país y envían un mensaje equivocado: una escolta muy grande, parece implicar que la violencia y el crimen son dueños de las calles, y no es así.
También, en el casco urbano los tapones parecen no tener fin, ni justificación, ni control y son el origen de malestar y críticas al poder por parte de quienes los padecen, por lo que sumar tiempo en el tapón esperando que pase una escolta, por demás larga, aumenta “el pique” ciudadano, y con justa razón.
Por otro lado, en el país, por suerte, no existe la instrumentalización de la violencia en contra de funcionarios públicos. Es decir, un fiscal, y solo por poner un ejemplo, puede litigar un fuerte proceso de narcotráfico u homicidio y obtener una firme condena y, si hizo su trabajo con fortaleza, pero sin personalizarlo, puede, al terminar, ir al colmado de la esquina a tomarse un jugo, y nadie le hará nada.
Esto no quiere decir que no tengan, por lo menos, un escolta, para que les maneje, y así puedan aprovechar el tiempo en los tapones e ir revisando asuntos propios de sus compromisos laborales, pero no por temor a represalias.
Claro, podrían ser objeto de la delincuencia común, pero solo si los delincuentes no los conocen.
En los barrios existe una especie de norma no escrita: ni jueces, ni fiscales, ni militares de alto rango, ni clérigos ni abogados, son objetos de la delincuencia común, mejor los protegen. Pues saben que, de afectarlos, todo el aparato represivo irá por ellos.
Y, con respecto al crimen organizado, por igual. He visto a jueces dar firmes decisiones que afectan la cadena de mando y las finanzas de estructuras mafiosas, y luego irse a sus casas solos en sus vehículos y, en el fin de semana, ir a impartir unas clases a la universidad, sin ningún temor.
Razones por las que no entiendo el tamaño de algunas escoltas, incluso, quizás, más grandes que la del presidente de la República. Al efecto, creo que solo el primer mandatario amerita una gran escolta, y por un asunto más bien de “símbolos del poder” que de temor por su seguridad personal.
Por suerte aún estamos así, aquí nadie es loco. Aunque, pensándolo bien, pronto podríamos tener más, pues: ¿Qué será de la paz mental de esos funcionarios de gigantescas escoltas al salir del poder? Recordemos que ya Toñito Zaglul no está entre nosotros. Y eso me preocupa. Aprovecho el tapón, precisamente, para pensar en eso y pedirle a Dios que les ayude a mantener la estabilidad mental cuando ya no tengan el oropel del poder.