Este lunes se inicia la llamada Semana Santa, que es una época donde la humanidad completa recuerda la última semana de Jesús en la tierra, su vida, crucifixión y resurrección.
Cada año hago una reflexión sobre el verdadero significado de la vida de Jesús y del modelo de actuación que nos dejó como herencia vital. Aunque todos recordamos su vida, pasión, muerte y resurrección, casi nunca ponemos atención a lo que realmente tiene significado de la vida del hijo de Dios: Su entrega y sacrificio para salvarnos a todos, sus enseñanzas, su ejemplo para que en nuestra vida cotidiana podamos actuar como él.
En su vida de maestro y de guía, Jesús dejó grandes enseñanzas que, desde mi punto de vista, son claves para entender la magnitud de su condición de Hijo de Dios y de su acción en favor de la humanidad. Asimismo, son el legado perfecto que nos dejó a quienes lo llevamos en nuestros corazones como Señor y Salvador y, como él, queremos trabajar para alcanzar la redención del mundo.
La primera gran enseñanza de Jesús fue la de aprender a amar y poner el amor como centro de nuestras acciones. Teniendo como prioridad el amor a Dios y luego amando a nuestros semejantes.
El evangelio de Mateo precisa que estando Jesús en una discusión con los fariseos, le preguntaron cuál era el gran mandamiento de la ley. Jesús respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y más grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39).
La segunda gran enseñanza de Jesús es perdonarlo todo y a todos, sin importar la magnitud ni el tamaño de las heridas que nos hayan provocado. En el Sermón del Monte, cuando se refiere a cómo actuar ante los enemigos, afirma lo siguiente: “…yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y persiguen”(Mateo 5:44).
La tercera gran enseñanza de Jesús es servir a los demás. Y es que para Él, un verdadero cristiano, un verdadero hijo de Dios, debe estar al servicio de los demás. Cuando en un momento los discípulos Jacobo y Juan, le pidieron a Jesús que por favor en su gloria les concediera estar uno a la derecha y el otro a la izquierda de él, les dijo que “el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero, será siervo de todos” (Marcos 10:43-44)
Y para que ninguno de sus discípulos tuviera dudas de esta enseñanza, Jesús les dijo con profunda claridad: “Porque el hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45).
La cuarta gran enseñanza de Jesús es la de practicar la humildad. Para Jesús la humildad es parte consustancial del liderazgo, porque ella es un espejo para que los demás se miren en ti y para que tú te reflejes en ellos.
Uno de las grandes muestras de humildad de Jesús se produjo cuando al reunirse para la última cena, el Maestro de repente tomó una toalla y un recipiente de agua y le lavó los pies a sus discípulos, dando una de las mayores lecciones de humildad de la historia de la humanidad. Pedro, uno de los discípulos más destacados de Jesús, entendió profundamente esta enseñanza de su Maestro y en su primera epístola, capítulo 5 versículo 5, escribió lo siguiente: “…revestíos de humildad; porque Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”.
La mejor reflexión que podemos hacer sobre Jesús en este tiempo y siempre, es llevar a la práctica sus enseñanzas. Para ser como Jesús debemos aprender a amar a Dios con nuestra alma, corazón y mente, amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, practicar el perdón de manera permanente, servir siempre a los demás y practicar la humildad con sinceridad y en todas las circunstancias. Esa es la mejor manera de ser dignos hijos de nuestro Dios Todopoderoso y dignos coherederos de la gloria junto con Jesús.