Si, otra vez, nos toca pasar de nuevo por este carnaval, con caretas sonrientes incluidas, apretones de mano, besos a niños pequeños que provoquen enternecimiento y abrazos a viejitos desdentados, ávidos de cariño (muchos ni cuenta se dan de que los utilizan).
Vienen los afiches imponentes a embadurnar el entorno, retocados con la magia del fotoshop para disimular las arrugas de tantas batallas libradas, bien con pose de cercanía, proyectando laboriosidad con las mangas arremangadas o bien, de divinidad, con la mirada perdida en el infinito, como un líder con visión de futuro. Esas vallas, inevitables a menos que se salga del país, no las sustituyen los medios digitales porque estos se limitan a los internautas (reservados para bots y hasta para dañar reputaciones) y hay que cubrir todos los frentes, ya que ningún voto es despreciable.
Arrancarán las visitas a esos parajes recónditos de difícil acceso que luego se ignoran cuando se obtiene el favor del voto y quedan sepultados en el polvo del olvido. Como la juventud es un renglón apetecible, con tantos primeros votos, hay que hacerse el gracioso aparentando modernidad con jeans y tenis en tik toks, lives y reels, aunque se luzca ridículo y se provoquen burlas en el mismo público de interés al que va dirigido, como lo hacen con sus papás.
La mujer, ese atractivo 60% de la población, no puede soslayarse en la campaña y los geniales estrategas le recomiendan al candidato sacar del anonimato a las abuelas, suegras, hermanas y esposas, para demostrar que también ellas lo apoyan y se es igualitario en el trato. La familia, que siempre estuvo relegada y con la que apenas se convive, ahora luce perfecta en fotos, en vista de que el plan maestro exige que exhiban unidad y que los escándalos de faldas o de inconductas se barran debajo de la alfombra porque los trapos sucios se lavan en casa. A los antiguos amigos y compañeros de estudios se les advierte que sean reservados y escondan esas fotos comprometedoras del candidato en su juventud, cuando ni soñaba postularse y se fue de juerga muchas veces, porque cualquier escándalo amenaza el puesto buscado; incluso, se les ofrecen futuros cargos por su discreción y silencio.
El librito de las campañas para las elecciones está escrito y se publica igual cada 4 años, sin pensar que los lectores no son los mismos y que cada vez se es más crítico de su contenido y menos crédulo de la portada porque para las trayectorias no basta una foto, sino, todas las ediciones anteriores y en esta pequeña isla, no hay nada oculto bajo el sol.