Pocas tradiciones han gozado de la estabilidad de las bodas.
Nunca los martes, por refranes repetidos aunque sea desconociendo que se debe a que en la Antigua Roma era un día de catástrofes. De todas formas, poco importa si Marte era considerado el Dios de la Guerra: Hay que evitar ofender a supersticiosos.
Culpable es Victoria de Inglaterra por la costumbre de la marcha nupcial. Sus afanes por que su boda con el príncipe Federico Guillermo de Prusia fuese inigualable, aunque inmortalizaron la música de Félix Mendelssohn, agregaron otro gasto a los novios del mundo.
Largas son las discusiones sobre el vestido de la novia que, también gracias a Victoria, debe ser blanco y jamás el caqui que representa a quienes no son puras o el plateado que se utilizaba hasta el siglo VI. Igual la elección del velo es importante, basada en un criterio de exclusividad independientemente de qué tanto cubra la cara, pues, aunque se conserve la tradición, no es costumbre en Occidente que hasta el día de la boda el novio no haya visto el rostro de quien será su esposa.
Hay que dejar tiempo para elegir el bizcocho y sus niveles, lo que es más difícil hoy pues en el medioevo los asistentes llevaban tortas y formaban capas, pero ya la responsabilidad recae sobre los novios.
Es importante ensayar el ritual. Son inadmisibles las faltas al protocolo como permitir que la novia ocupe el lugar equivocado, pues siempre irá a la izquierda aunque el novio actual no utilice espadas que deba maniobrar con la derecha ni corra el riesgo de un enfrentamiento con los padres por haberla secuestrado.
Inexplicable por qué los novios gastan recursos que hubiesen servido para un mejor inicio de su vida en pareja en organizar los acontecimientos de un día que los recibe agotados de tan innecesario y subvalorado esfuerzo. No obstante, las expectativas de la noche de boda tienden a distraer su atención y enfocarla en lo que conlleva, el lugar, la ambientación y la forma en que el novio cruza el umbral de la puerta con la novia cargada en brazos para seguir con la costumbre, incluso si no es necesario, convencer a una novia tímida y motivarla a que entre al dormitorio.
En lo relativo a bodas, muchas costumbres han sobrevivido aun cuando sus justificaciones sean desconocidas o que las razones por las que nacieron ya no existan. Sin embargo, dichas tradiciones a veces cercenan la originalidad e imponen actitudes importadas que no siempre constituyen garantías de una boda inolvidable y menos aún, que llene las expectativas de todos los presentes, perdiendo de vista que lo más importante del día de la boda es el inicio de la vida en común de una pareja.