Con la resurrección de Jesús al tercer día de su crucifixión, la fe cristiana alcanza su mayor fundamento. Si Jesús hubiera muerto en la cruz y nada más pasa con él, sería un líder más de la historia del mundo que tiene seguidores, pero no tiene dimensión espiritual. La resurrección es la prueba más firme, clara y convincente de que Jesús era el hijo de Dios, que vino a entregar su vida para liberarnos del pecado y que Él pudo vencer la muerte. Por eso hoy, más de dos mil años después, sigue siendo referencia, guía y estímulo para miles de millones de seres humanos en el mundo.
La resurrección de Jesús es, sin lugar a dudas, el hecho de mayor trascendencia en la historia de la humanidad. Jesús marcó el curso de la historia, hasta el punto que el tiempo calendario de occidente se divide en antes y después de su paso por la tierra.
Es por eso que uno de los elementos fundamentales que le dan significación y trascendencia a Jesús, es la resurrección. Si nos quedamos solo en su muerte y crucifixión, no entenderemos su paso por la tierra ni la misión que vino a cumplir por mandato de su padre.
En el evangelio de Juan, capítulo 3, versículos 16 y 17, que muchos consideran la esencia del cristianismo, se dice lo siguiente: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de Él”.
Eso significa que Jesús fue escogido por Dios para entregar su vida por nosotros. El pagó por nuestros pecados para garantizarnos la salvación eterna. Pero no entenderemos bien su sacrificio, si no valoramos lo que significa su resurrección. Jesús venció la muerte y con eso señaló el camino para nuestra redención. La cruz no vale nada si no la acompañamos con la resurrección.
La resurrección de Jesús confirma la verdad de la Biblia, confirma que es ciertamente la Palabra de Dios, ya que muchos profetas del antiguo testamento, miles de años atrás, profetizaron y afirmaron que llegaría un mesías enviado por Dios, el cual sería humillado, maltratado, molido a golpes y crucificado, como podemos ver en el capítulo 53 del libro de Isaías.
La resurrección de Jesús es una prueba irrefutable de que Él es el Hijo de Dios y que en con su acción somos justificados y perdonados. El apóstol Pablo reafirma ese criterio cuando, en Romanos 1:4, afirma que Jesús “fue declarado Hijo de Dios con un acto de poder, conforme al Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos…”. La resurrección es la mayor esperanza que tenemos los que hemos asumido a Jesús como Señor y Salvador. Es el camino más claro, firme y directo a la esperanza. Cuando Jesús murió en la cruz, todos nuestros pecados fueron perdonados y borrados. Y cuando Él resucitó, recibimos de Dios las bendiciones y el perdón que nadie podría darnos. Él nos hizo nacer de nuevo y nos permitió obtener la herencia celestial que “no se marchitará nunca”, como dice 1era de Pedro 1:3.
La resurrección de Jesús permitió que el Padre Celestial pudiera derramar sobre nosotros el Espíritu Santo y que su presencia en nuestros corazones, fuera el mejor consuelo y la mayor ayuda ante la Ascención de Jesús a los cielos.
Podemos afirmar que la resurrección de Jesús significa que cada uno de nosotros va a resucitar al igual que Él. Tal y como establece el apóstol Pablo en 1era de Corintios 15:20-21: “Lo cierto es que Cristo ha sido levantado de entre los muertos, como primicias de los que murieron. De hecho, ya que la muerte vino por medio de un hombre, también por medio de un hombre viene la resurrección de los muertos”.
La resurrección de Jesús es la gran fortaleza de nuestra fe, el fundamento de nuestra creencia, la mayor fuente de nuestra esperanza. Por la acción de Jesús hemos sido perdonados y podremos alcanzar la vida eterna. Y por la resurrección, estaremos junto a Él ante la presencia del Padre, cuando se cumpla el tiempo.