Jamás fue tan complejo ni tan difícil construir una relación armoniosa entre padres e hijos, como en estos tiempos de antivalores, tecnología y redes sociales; y, como si fuera poco, la prisa con que muchos jóvenes quieren alcanzar el espejismo de una vida ligera o de éxitos al menor esfuerzo.

Atrás quedaron aquellos tiempos en que los jóvenes, como los de mi generación, se fijaban metas o aspiraciones a largo plazo y sobreentendían el sacrificio, las piedras en el camino y que nada que se consigue fácilmente se preserva.

Hoy, los padres luchamos para guiar e influenciar a nuestros hijos en varios frentes: el histórico (en el hogar y el ejemplo, según el diseño del creador), el medio social y los peligros de malas influencias, el valor de la familia, la ética y la moral, los vicios y desvíos; y lo más insondable: hurgar en sus pensamientos, saber escucharlos, leer o adivinar los laberintos o tormentos que abaten sus almas y su fe. Y nada es fácil; aunque lo parezca.

Ellos, los hijos, no saben que pueden ser más inteligentes y manejar con más destreza las tecnologías, pues son digitales -nosotros análogos, aunque intentemos navegar-, pero no reconocen que experiencia y sabiduría aún tienen vigencia y les podría ahorrar errores y tropiezos -y no significa que queramos ahorrarles fracasos o tropiezos, sino que sean menos y superables-. Porque la idea no es vivir sus vidas o condenarlos a no volar con sus alas, sino que sepan aprovechar oportunidades y ser pacientes (porque todo a su tiempo).

No tienen idea, nuestros hijos, de la alta responsabilidad y preocupación que encierran en nuestras vidas, y es sencillo: los queremos sanos, enfocados y que vean en el trabajo, la fe y cualquier oficio, carrera o profesión que escojan la dignidad de ser ciudadanos respetuosos, empáticos, útiles y sensibles ante la desgracia ajena.

En fin, como padre, se conforma con ver a sus hijos alegres, sanos y realizados sin importar oficios o profesiones. Nos damos por satisfechos con que sean hombres de bien y punto. Porque un auténtico padre siempre apoyará y comprenderá a sus hijos en momentos de abundancia o tribulaciones. Pero no hay nada más confortable que verlos alegres y felices: eso hace que uno esté en paz.

Por último, hijos, no quieran saltarse los tiempos, ni amilanarse ante lo difícil o lo aparentemente inalcanzable, pues con fe, esfuerzo, sacrificios y tiempo lograrán sus metas, (todo se construye con fe y perseverancia). Es la clave última del éxito y una vida plena. Y tú, padre, si aún vives con ellos, o separados -no importa bajo qué circunstancia-, no te divorcies de ellos: camina, goza, disfruta, sufre; y, sobre todo, estar atentos y prestos para ayudarlos y escucharlos. Eso vale mucho y cuesta poco. ¡No hay excusas!

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