Corrado Gini (1884-1965), el estadístico italiano que en 1912 creó el índice de desigualdad que lleva su nombre, debe estar sintiéndose orgulloso en estos días, donde quiera que haya sido acogido para residir eternamente: el cielo socialista, el purgatorio comunista o el infierno neoliberal. No importa en que ciudad del mundo estalle la protesta y los subsecuentes actos de destrucción de activos públicos y privados; en todas se enarbola la bandera de la desigualdad como uno de los factores de la detonación mientras abren paso en las grandes avenidas para que el fantasma de Gini y su inmortal coeficiente desfilen entre las multitudes enardecidas que reclaman la equidad distributiva. Asistimos a la Primavera de Gini.
En un país de perfecta igualdad de ingresos, el índice de Gini es cero. En otro de absoluta desigualdad, Gini toma el valor de la unidad. Los expertos señalan que un valor de 0 es prácticamente imposible de alcanzar; solo en el cementerio se verifica. En efecto, una base de datos elaborada por la Universidad de Harvard sobre el índice de Gini basado en ingreso disponible (deduce los impuestos pagados por cada decil poblacional de ingreso y suma las transferencias realizadas por el Gobierno a cada decil), muestra que Bielorrusia es el país con la distribución del ingreso más equitativa del mundo. Su Gini en el 2017 fue de 0.234, con una pobreza que alcanza a sólo 5.6% de la población, prácticamente la mitad del 10.6% de la chilena.
En todo el mundo la bandera de la desigualdad del ingreso está siendo enarbolada y batida. Se actuaría con irresponsabilidad si optamos por mirar para otro lado. El moverse gradualmente hacia sociedades menos desiguales es saludable para el sistema economía de mercado. Mientras mas hogares son sacados de la pobreza y menos vulnerable sea la clase media, mayor será la demanda de bienes y servicios a ser atendida por las empresas y por el Estado en aquellos servicios que deben ser provistos con calidad a los hogares a los cuales debe ofrecer una real igualdad de oportunidades.
Hasta aquí todo está bien. La evidencia empírica revela, sin embargo, que un buen Gini cuesta. Noruega y Dinamarca, dos países con economía social de mercado, han sido siempre los países señalados como modelo a seguir. Noruega tiene un ingreso per-cápita de US$81,500; en Dinamarca alcanza US$61,000. Noruega tiene 5.3 millones de habitantes; Dinamarca 5.8, prácticamente la mitad de la nuestra. ¿Cómo han logrado registrar índices de Gini de 0.262 y 0.265, dos de los mejores del mundo? Con políticas sociales muy intensas y de gran cobertura. Ambos cuentan con un Estado de bienestar gigantesco, bastante eficiente y sobre todo, costoso. Los ingresos del Gobierno en Noruega alcanzan 54.3% del PIB; en Dinamarca, 52.6%.
La tabla y la gráfica que anexamos revelan con claridad que, para avanzar en la meta de un Gini decente, las sociedades tienen que estar dispuestas a pagar más impuestos y exigir a los gobiernos que los inviertan eficientemente. En Cuba, el modelo a que aspiran muchos jóvenes chilenos que gritan “somos los hijos de Guevara, hijos de Chávez y Fidel”, el Estado recibió ingresos equivalentes al 60.2% del PIB en el 2011-2018, 2.5 veces los recibidos en Chile en 2018. Esa elevada percepción de ingresos fiscales en Cuba no ha evitado que el salario mínimo mensual sea hoy de US$16, equivalente al 3.7% del vigente en Chile, o que la pensión mensual promedio en Cuba sea US$9.60, el 2.6% de los US$365.11 que promediaron las pensiones de vejez y vejez anticipada en Chile en 2018. ¿Y el Gini cubano? Nada que les permita alardear: 0.407 la última vez que se midió (1999), ligeramente mejor que el nuestro (0.439) y el chileno (0.454).