La tragedia del pasado martes, que tiene en luto y tristeza al pueblo dominicano, ha sido de una dimensión nunca antes vista y ha traído muchas preguntas en torno a dónde está Dios cuando suceden cosas difíciles a los seres humanos.
En este momento esas preguntas se hacen más insistentes, pues vienen de la duda, de la incertidumbre, de la profunda tristeza que nos embarga a todos, ante un acontecimiento que nadie quiso nunca que ocurriese, pero que sucedió trayendo consigo una estela de amplio pesar y dolor.
Más de 200 vidas se perdieron y un manto de pena y desconfianza se cierne sobre las mentes de todos los familiares y amigos que fueron afectados. Muchos de ellos se preguntan dónde estaba Dios en ese momento y hasta se enfadan con el Supremo Creador del Universo, porque entienden que no protegió a sus víctimas.
Ese cuestionamiento a Dios cuando suceden momentos difíciles, los han tenido también grandes profetas de la Biblia. El profeta Habacuc cuestiona y se incómoda con Dios por las injusticias que está viviendo su pueblo y el Señor no las detiene. Elías, ante circunstancias muy difíciles que vivió, cuestionó a Dios y le pidió que lo matara. Jonás se incómoda con Dios porque al pueblo de Nínive le da la oportunidad de arrepentirse. El propio Jesús cuando está en la cruz le pregunta a su padre que por qué lo ha abandonado.
Todos esos profetas, a pesar de sus cuestionamientos, entendieron que Dios nunca los abandonó. Que nuestro Padre Celestial siempre está presente en cada una de las situaciones que vivimos, que él nos cuida, nos protege, nos auxilia y es nuestro principal consuelo y fortaleza en todas las circunstancias. En este momento, todos debemos también entender que Dios nunca nos abandona ni se aleja de nosotros, sin importar lo que esté sucediendo.
Ninguno de nosotros está exento de pasar por situaciones difíciles. Estamos rodeados de mucha maldad en este mundo caído donde una gran cantidad de personas está lejos de Dios y pueden ser víctimas de las maquinaciones de quienes cultivan el mal. Jesús dijo, en Juan 16:33, que en el mundo tendremos muchas pruebas y sufrimiento, pero que si lo seguimos y estamos con él, debemos animarnos porque él “ha vencido al mundo”. En medio del dolor que nos proporciona esta tragedia, todos nosotros debemos acercarnos y abrazarnos de Jesús. Los familiares de las víctimas, las brigadas de rescate, las autoridades gubernamentales, los propietarios del local de la tragedia, los amigos y amigas de los afectados, toda la población, deben abrir sus corazones y acercarse a Jesús en esta difícil situación, conscientes de que es el único y verdadero camino para alcanzar la paz, la tranquilidad y justicia.
Es de lugar que se pida justicia. Pero una justicia que debe basarse en la verdad y la transparencia, no en el odio, en la ira, en el rencor y el deseo de venganza. Una justicia que debe estar basada en la claridad y las pruebas, en el amor y el respeto.
¿Dónde estaba Dios en esta tragedia? Dios estaba junto a todos los que fallecieron, llorando con las familias que tuvieron pérdidas, dando ayuda a todos los que pudieron sobrevivir, junto a todos los familiares, consolándolos y dándoles fortaleza, junto a todos los que trabajaron sin descanso para salvar vidas, junto al pueblo dominicano que oró de forma activa y permanente para que las pérdidas y los daños fueran los menos posibles. Dios estaba en el lugar de la tragedia y ahora mismo está acompañando a todos los familiares en estos momentos tan difíciles.
Dios siempre está con nosotros. El salmo 23 establece con claridad que él está a nuestro lado “en lugares de delicados pastos” (momentos buenos y felices), pero también cuando estamos caminando “en valle de sombra de muerte” (momentos difíciles y tristes), y que en estas circunstancias no debemos temer porque él también está con nosotros.
Hoy, más que nunca, con el dolor y el luto en nuestros corazones, debemos poner a Jesús en el centro de nuestras vidas. Hoy, más que nunca, debemos grabar en nuestras mentes y corazones la gran verdad que dice el salmo 46, versículos del 1 al 3: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza”.