La actividad política, como toda actividad humana u oficio, tiene sus reglas o normas por más rutinarias que parezcan. De modo que un zapatero, herrero u orfebre no puede pasar por ebanista y, de paso, adjudicarse un bello mueble. Los tiempos o excepcionalidad como Leonardo da Vinci -genio y polifacético-, cada vez más, con la especialización, resultan escasísimos.
Y mucho menos hoy con los avances científicos-tecnológicos y el periódico universal-interactivo redes sociales donde se exhibe y se ventila lo más trivial o insignificante de la vida en su más espantosa diversidad. Por ello, resulta difícil plagiar o cobrar el trabajo de otros ilusamente.
Por lo tanto, la actividad política, como nunca, exige dos cosas: a) presencia activa y b) construir e instalar, en la conciencia colectiva de la gente, un relato mediático-masivo o de opinión pública capaz de interpretar y ser voz de una mayoría social hasta llevar o elevar, esa narrativa-empatía, a “mayoría electoral”; de lo contrario, no habrá victoria ni nada que se parezca.
Sueña o se autoengaña, el que cree que, con discurso o narrativa de otro, podrá sacar ventaja o dividendos, por ley expansiva o gravedad, de una lucha o postura crítica que, digamos, un determinado partido o sus líderes no asumieron, en una determinada coyuntura, bajo el sello y riesgo de sus siglas. A lo sumo, otro partido y sus líderes o voceros podrán replicar, directa o indirectamente, esa crítica o discurso; pero jamás pretender cobrar porque, a la corta o la larga, esa crítica u oposición, tiene carpinteros -partido y líderes- y no serán tan tontos o ingenuos para no cobrar, de una u otra forma, su estrategia o narrativa.
En síntesis, que, en política cada partido está obligado a construir e imponer su propia narrativa y si hay una ola, cualquiera -como sucedió en 2020-, saberse montar en ella con la intención, política-electoral, de hacerla girar a su favor; de lo contrario, tampoco sacará mucho beneficio como para garantizar un triunfo o éxito político-electoral.
Por ello es sumamente importante y estratégico, en toda campaña política, construir una narrativa, disponer de un ejército -empezando por sus generales-, saber medir los tiempos; pero, sobre todo, y si se es oposición, no dejar pasar una (por ejemplo): dejar que otro partido y sus voceros digan o denuncien lo que el suyo debió decir o denunciar en su momento y que no hizo por cobardía, temor o dejarse acorralar; o lo peor de todo, quedarse sin discurso….
Finalmente, ser oposición -de vocación de poder- no se regala ni se ejerce por inacción o por ser caja de resonancia de otros, sino por imponer una narrativa e interpretar mayoría social y saberla elevar a “mayoría electoral”. Así de sencillo.
Por último, en toda campaña, hay unos riesgos internos-externos, que son de exclusiva competencia del candidato, saberlo asumir ya es cosa suya. De esos desafíos, en el fondo, dependerá ritmo ,combate y victoria, pues, como dice el refrán, “el hábito no hace al monje”.
El más reciente anuncio del presidente (que todo el mundo intuía), por poner un ejemplo, de que va por la reelección y los argumentos-justificaciones que usó, de nuevo, plantean y reafirman, a nuestro humilde entender, lo que ya es una realidad política-electoral cuasi irreversible: polarización PRM-PLD (vía dos bloques o coaliciones). Ya será cosa del PLD, líderes, aliados y candidatos asumir y liderar, en todos los escenarios -febrero-mayo-2024-, el desafío. ¡No hay tutía!