Hace unos días veía la foto de una señora con su hijo en la puerta de una pobre casa de zinc, que recibía de una organización empresarial un aporte en alimentos, que se distribuía a familias carenciadas por medio de la iglesia evangélica.
Mi gran amigo el reverendo Augusto Sandino, vicepresidente de la Junta Directiva de Rehabilitación, me enseñaba la foto, observamos la alegría de la madre y el hijo en el pórtico de la pobre vivienda, una sonrisa como ambos pocas veces habíamos visto.
Era una sonrisa contagiosa, llevaba a meditar que, en esta época de Adviento, preparatoria a las navidades, se acostumbra a hacer regalos, una tradición que se remonta al siglo X.
Recuerdo, hace algunos años, uno de mis nietos me preguntaba por qué la corona de navidad tenía cuatro velas todos los años. Le conté que la corona debe ser redonda porque el amor de Dios no tiene límite, se usan las ramas de pino, porque a pesar del crudo invierno no pierde su color y las cuatro velas nos recuerdan las cuatro semanas previas a la navidad.
Volviendo a la cara de felicidad que vimos en la señora y su hijo, hay que hacer todo lo posible para que esa sonrisa no desaparezca. No podemos seguir viviendo en una sociedad tan desigual, hay que darles un sentido diferente a esas cuatro velas.
Solidaridad, que esa costumbre de hacer regalos se traduzca en hacer aportes a los que menos tienen; le pedí a mi amigo que investigara en su iglesia cuánto habían costado los alimentos y me dijo que más de mil pesos y debía alcanzar para dos semanas.
Ambos comentamos que sería muy fácil que familias adopten otras que no tienen posibilidad de comer y con un poco de sacrificio para unos, para otros desprenderse de lo que les sobra.
Un político decía que esa era la única forma de tener paz social es pagando, creo que tiene que ser un concepto mayor, es ir hacia lo que define la doctrina social de la iglesia. Hablamos de que tan importante sería si esas casuchas por medio de programas públicos y privados, organizaciones como Hábitat, podían convertirse de lugares de guarecerse a viviendas dignas.
Orden, esta vela tiene una importancia inmensa. El orden lleva a estabilidad, el orden permite el desarrollo. Sólo ver con lo que sucede con el tránsito y eso lo describe muy bien Marisol Vicens cuando dice “por más logros que exhibamos, el desorden del tráfico desnuda nuestras falencias. Debemos aspirar a que esto cambie, pero para eso se requiere voluntad, para que la ley sea cumplida por todos, consistencia para imponerlo y firmeza para erradicar las malas prácticas”.
Honestidad, según Confucio, es uno de los valores y componentes más importante de una persona. Habla de que la honestidad lleva hacia la sociedad ideal. La honestidad es cumplir con todas las normas de la sociedad, es hacer lo útil, lo correcto.
Desgraciadamente, nuestras sociedades han perdido este valor por la ambición de poder y riquezas, olvidan que para vivir se necesita poco y que el éxito se puede alcanzar, pero siempre basado en honestidad. Muchas veces, la honestidad se circunscribe sólo al manejo de recursos, pero es un tema mucho más amplio, que hemos visto por años como “comunicadores” se han lucrado teniendo el chantaje, las mentiras y los insultos como base para lucrarse.
Trabajo, tiene que ser la meta de la sociedad, todos debemos tener la posibilidad de lograr los ingresos necesarios para una vida digna, no llevarnos del trabajo fácil que significan las loterías, las casas de apuestas, el narcotráfico y la corrupción.
Todos estos ingresos reportan inmensos lujos, pero una ausencia de ética, de honestidad y de paz de conciencia. Las escuelas, las familias, tienen el deber de inculcar en los niños la importancia del trabajo honesto.
Educación, tiene que ser la mayor de las velas. Históricamente abandonada a la suerte de políticos y sindicalistas. No se ha resuelto el atraso de que ha sido víctima nuestra sociedad, a pesar del famoso cuatro por ciento. Se han invertido sumas millonarias en planteles, en sueldos a profesores, pero la calidad sigue siendo un tema que sin duda evita el desarrollo de la solidaridad, la honestidad, el orden y el trabajo.
Ayer, cuando salía del Palacio Nacional, luego de terminar una reunión del Comité Técnico de Punta Catalina, meditaba al ver este último año todos estos casos de corrupción, debiendo mantener la presunción de inocencia de los acusados, no escapa a nuestra capacidad de sorpresa, ni a mi capacidad matemática, de cómo se habla de millones y de incontables vehículos y propiedades.
Continuaba caminando hasta el vehículo y no dejaba de pensar en la madre y su hijo en la puerta de su humilde vivienda, con escasos bienes materiales, con una donación de alimentos para poder comer y esos rostros con una sonrisa de alegría como poco habían visto. Sus caras son el rostro de Dios.
¿Cuál es la necesidad de llegar al Estado, acumular bienes que nunca se podrán utilizar? La privación de libertad es el castigo mayor a un ser humano, eso debía llevar a pensar que los recursos públicos y los privados tienen que ser manejados con pulcritud. ¿De qué valen todos esos recursos si no se puede disfrutar del mayor bien de un ser humano, su familia y poder tener la frente en alto?
Que estas Navidades sirvan para pensar en todo esto, que, mantengamos encendidas las velas del Adviento todo el año para construir un país mejor. ¡Feliz Navidad!