Recientemente, el Ministerio de Educación de la República Dominicana (MINERD) emitió una orden departamental que manda a diseñar e implementar una política de género en la educación preuniversitaria. La orden no hace más que responder a un mandato de la Constitución de la República que en su artículo 63, numeral 13, establece que en todas las instituciones de educación pública y privada serán obligatorias las instrucciones en la formación social y cívica, y la enseñanza de la Constitución y de los derechos y garantías fundamentales. Entre éstos se encuentra, claro está, el derecho a la igualdad y a la misma protección y trato sin discriminación por razones de género o de otro tipo consignado en el artículo 39.
La orden es también es consistente con ley 1-12 de la Estrategia Nacional de Desarrollo 2030 la cual indica las políticas transversales que deben ser incorporadas en todos los planes, programas y proyectos, e incluye entre ellas el enfoque de género “a fin de identificar situaciones de discriminación entre hombres y mujeres y adoptar acciones que contribuyan a la equidad de género”.
Patriarcado y machismo
La sociedad dominicana es patriarcal y machista. Que sea patriarcal significa que tiene una organización social en la que hay una distribución desigual del poder entre hombres y mujeres, en la que los hombres tienen preeminencia sobre las mujeres en términos de autoridad, liderazgo, privilegios y control sobre los recursos. Que sea machista significa que ese orden social está fundamentando en una ideología que promueve un conjunto de valores, actitudes y prácticas que justifican el orden patriarcal en el que hombres y mujeres tienen roles sociales distintos y específicos organizados jerárquicamente, de tal forma que los hombres detentan el poder y las mujeres tienden a ser ubicadas en posiciones de subordinación.
El resultado no es sólo que los hombres tienen más poder que las mujeres sino también que tienen más oportunidades de autorrealización y disfrutan de mayor bienestar en la mayoría de las dimensiones de sus vidas. Este artículo ofrece evidencia estadística de ello. La orden tiene el propósito de contribuir a revertir la cultura machista a través de la educación, por lo que debe ser aplaudida y apoyada. El Ministerio, sin lugar a duda, ha hecho lo correcto.
Desigualdad en el trabajo
Primero, las mujeres participan mucho menos en el mercado de trabajo que los hombres. Eso está asociado a la idea machista de que las mujeres deben quedarse en el hogar, cuidando la casa, a los hijos e hijas y a las personas mayores, y que el ámbito del trabajo remunerado pertenece a los hombres. Esa idea se ha ido debilitando, en parte porque las restricciones económicas han obligado a las mujeres a salir al mercado de trabajo, pero todavía persiste.
Mientras en el caso de los hombres de 15 años o más casi ocho de cada diez participan en el mercado de trabajo, teniendo un trabajo, buscándolo o interesado en trabajar, en el caso de las mujeres la proporción es notablemente menor: sólo cinco de cada diez. Igualmente, según datos de ENDESA de 2013, en ese año, la probabilidad de que una mujer tuviese un empleo era notablemente mayor (62%) si ésta estaba separada o divorciada que si estaba casada o unida (49%).
Segundo, las mujeres tienen menos oportunidades laborales que los hombres, a pesar de que tienen más escolaridad. En efecto, el desempleo afecta mucho más a las mujeres que a los hombres.
Datos del Banco Central de 2018 indican que, entre las mujeres, la desocupación abierta es dos veces y media más alta que entre los hombres (8.8% contra 3.5%). La desocupación abierta es el concepto más restringido de desempleo y es el porcentaje de personas que buscan activamente empleo y no encuentran.
Usando un concepto de desempleo más amplio que incluye a los abiertamente desempleados y a los que trabajan pocas horas, entre las mujeres la desocupación es casi el doble que entre los hombres (14.7% contra 7.7%). Por su parte, el desempleo ampliado entre las mujeres, que incluye a aquellas que no encuentran trabajo y a quienes no buscan porque no tienen expectativas de encontrarlo (desalentadas), es 2.7 veces más alto que entre hombres (17.5% contra 7.5%). Por último, usando el concepto más amplio de desocupación que incluye las personas que no encuentran trabajo, que están desalentadas y que trabajan pocas horas, también las mujeres se quedan muy atrás. Su tasa de desempleo es casi 2.2 veces la de los hombres (22.9% contra 10.6%).
Tercero, el machismo también segmenta el mercado de trabajo, asignando trabajos específicos distintos a hombres y mujeres. La mayoría de los trabajos que tienen que ver con cuidados (por ejemplo, enfermería y cuidados de salud, enseñanza o servicios domésticos), son “trabajos de mujeres” porque se asocian al rol tradicional asignado a ellas por la sociedad machista. Además, muchos de ellos están pobremente remunerados.
En la República Dominicana, en 2018, más del 13% del total de empleos de las mujeres, cerca de 240 mil, era en el servicio doméstico. En el caso de los hombres fue sólo de 0.7%, unos 18 mil puestos. De igual forma, mientras 118 mil de los hombres trabajando ocupó la posición de patrono o socio, equivalente a 4.3% del total, el número de mujeres que ocupó ese tipo de posición fue de apenas algo más de 30 mil (1.7% del total).
Cuarto, como lo muestra la ENDESA 2013, la mayoría de las mujeres (65%) reciben ingresos laborales menores a los de los hombres, aún en el caso de igual calificación.
Desigualdad en el hogar
Una de las dimensiones más claras de la desigualdad entre hombres y mujeres es la que tiene que ver con la carga de trabajo en el hogar. Esta descansa mucho en las mujeres. De allí que se hable de la doble jornada laboral que enfrentan las que trabajan por un ingreso, porque además de tener que dedicar horas al trabajo que le permite generar ingresos, tienen que dedicar otras más al cuidado del hogar, cosa que pasa mucho menos entre los hombres.
Datos de la ENHOGAR 2016 muestran que las mujeres trabajan 2.4 veces más horas en el hogar que los hombres, y que las distancias son mayores mientras más pobre es el hogar. Más aún, la ENHOGAR 2014 encontró que casi el 9% de las niñas entre 5 y 17 años hacía trabajo infantil, mayormente quehaceres del hogar, dedicando un elevado número de horas a la semana a ello.
Desigualdad en la posesión de riqueza
La ENDESA 2013 también ofrece datos de la poca riqueza que poseen las mujeres, a pesar de que tienen, nominalmente, los mismos derechos legales. Aunque no recoge datos de la que poseen los hombres para fines de comparación, los números que ofrece son elocuentes. En ese año, sólo el 9% de las mujeres poseía una vivienda de manera individual, y el 18% poseía una vivienda de forma conjunta. El 70% no poseía vivienda, y el 92% tampoco poseía tierra.
Violencia y salud
La misma encuesta encontró evidencia contundente de la violencia a que se enfrentan las mujeres. Más de un cuarto de ellas (26%) han sufrido violencia física alguna vez después de haber cumplido 15 años, el 10% había sufrido violencia sexual, de la cual el 82% fue responsabilidad de su compañero actual o anterior, y el 35% había sufrido violencia conyugal, principalmente asociada a mantener o ejercer control sobre ella. Eso es producto directo de la cultura machista.
Una de las expresiones de violencia menos visibles, pero de mayor impacto en la vida de las adolescentes es el matrimonio infantil y las uniones tempranas, en ambos casos entre una adolescente y un hombre adulto. En 2013, el 29% de las adolescentes entre 15 y 19 años, y el 10% de las menores de 15 años estuvo unida o casada, y en 2014 el 37% de las mujeres adultas dijo haberse unido o casado antes de los 18 años.
Pero, además, en la República Dominicana el 22% de las adolescentes entre 15 y 19 años ha estado embarazada alguna vez. Existe fuerte evidencia de que esos embarazos les condenan, a ellas y a sus familias, a la pobreza y la exclusión.
Hay un amplio consenso en que esos embarazos se deben a la falta de información, conocimiento y acceso efectivo a métodos de anticoncepción, para que éstas puedan ejercer de manera responsable y segura su sexualidad. El sistema educativo, permeado por una cultura machista que se traduce en restricción de derechos sexuales y reproductivos de las jóvenes, ha tenido una grave responsabilidad en ello. La ordenanza está destinada a revertir eso.
En síntesis, la cultura machista niega oportunidades laborales a las mujeres, las sobrecarga con trabajo en el hogar, contribuye a que tengan pocas riquezas, aúpa la violencia contra ellas, justifica que las adolescentes se unan con hombres adultos, y limita que éstas ejerzan su sexualidad de forma responsable.
Es responsabilidad del Estado y del Ministerio de Educación contribuir a cambiar eso. La orden es un paso adelante.