Si hay un texto que no pierde vigencia social, política y cultural en nuestra bibliografía nacional es la novela, relato o cartografía idiosincrática que Joaquín Balaguer escribiera como paisaje de una geografía humana que no deja de clonar cada vez que la silla-poltrona nacional cambia de inquilinos.
En ese aspecto, a pesar de “El gran cambio” de Moya Pons, el país o el dominicano se mantiene siendo el mismo: la esperanza, la incertidumbre o el Héctor Corporán -idealista-romántico- que no ceja en el afán de la oportunidad, de arriesgarse, de soñar o de medir la temperatura en tiempos de transición palaciega.
Cierto que ya no resuenan balas, galope de caballos o la superada revuelta o montonera del que se quedó conspirando por gobernar, así sea por dos o tres meses. Todo un espectáculo de la naturaleza humana o la expresión viva de la otrora foto presidencial que, con disimulo y de repente, un buen 17 de agosto -o el mismo 16-, como por arte de magia, deja de exhibirse signo de que cedió su espacio. Al menos, el que pronto saldrá se cuidó-eximió de esa liturgia. ¡Nadie descolgará su fotografía! Además, rompió la megalomanía: ¡foto-silla!
También, en esa tramoya, se dan saludos y visitas que no son casuales. Las recibió Báez, Hereaux, Vásquez, Trujillo, Balaguer; y ni se diga Guzmán, Jorge Blanco, Leonel o el mismísimo Hipólito o Danilo. A todos les trajeron-entregaron un nombre, un papelito o pliego de peticiones…
Igual, desde algún periódico, algún cronista, registrará esa estampa a veces con ironía, otras con cierto dejo o disimulado regocijo; o a veces, también, con sabor o atisbo del que echa rienda suelta al recóndito desafecto dejando caer su vesania-crónica o mala leche.
Eso sí, hay, en ese oropel de suerte y trajín, algo de serpiente, pues por más que se disimule, el momento, es como una catarsis social y muchos van dejando, a pleno sol, su piel o estirpe de “trasmutante” empedernido que el vate de Navarrete no dejó de radiografiar con el insuperable mote que aún perdura (aquello que flota).
Sin embargo, no hay que criticar el acto o la maroma política, sino cómo es posible que la atmósfera -a excepción de lo institucional- o hasta el mismo cuadro se haya quedado inmóvil, petrificado o atemporal. Eso es folclórico o trágico. Quién sabe.
Sí, este es el retrato: “—Este pueblo, -le comento Juan de Jesús-, posee un olfato político extraordinariamente fino. Capta los acontecimientos desde muy lejos y se anticipa a ellos con una seguridad que sorprende a los más avisados…” (pág. #300, Décimo Quinta Edición -2010, Los Carpinteros, Joaquín Balaguer).