Recientemente analizábamos la publicidad que promueve la vaginoplastia. Cerramos el artículo con una encrucijada: ¿qué hacer con anuncios que pregonan inseguridades genitales en las mujeres? ¿Quitarlos? No puede ser, porque la industria de la vaginoplastia es significativa. Quitar el anuncio, aparte de infringir la libertad de expresión del doctor con bata y lentes bonitos, invisibilizaría una industria que amasa fortunas y que no es nueva.
Hace más de diez años, el 17 de agosto del 2007, un periódico de circulación nacional editorializaba: “Muchas mujeres no se sienten bien con el aspecto anatómico de sus genitales externos y estas técnicas han venido a aportar soluciones estéticas y cosméticas a muchas mujeres inconformes con sus genitales, ya sea por tener unos labios mayores arrugados o desgastados, labios menores asimétricos que sobresalen tornándose de un color negruzco, o por tener un monte de Venus aumentado o muy disminuido. La vaginoplastia láser ha permitido mejorar la autoestima de las pacientes, haciéndolas sentir conformes y seguras, a la vez que les permite la posibilidad de rediseñar sus genitales de acuerdo a sus gustos complaciendo sus deseos de belleza”.
Digo que el periódico “editorializaba”, porque la nota no tenía autor y estaba escrita en tono aparentemente neutral y objetivo. Dentro de la misma se comentaba los beneficios de la “reducción de piel redundante del clítoris”, la “himenoplastia” y la “reducción de arrugas”. Ignoraremos la pregunta que se cae de la mata, y haremos otra: ¿quién les plancha las arrugas genitales a los hombres?
Mucha gente asume que la vaginoplastia es solo el mercado que, dadivosamente, ha decidido ayudar a las mujeres a superar complejos innatos. ¿Saben qué? No voy ni a teorizar ni a hacer ningún análisis feminista. ¡Juguémosle el juego a esta ideología! Si fuese verdad que las mujeres andan por la vida llenas de inseguridades genitales, entonces lo lógico es que los hombres también, ¿verdad? Alegar que es un atributo exclusivamente de ellas sería una afirmación misógina. Y estos procedimientos, nos explican los reportajes aduladores, lo que buscan es ayudar a la mujer a empoderarse para que sea “más segura en la intimidad”.
En un patriarcado, la frase “ayudar a la mujer a empoderarse” funciona muchas veces como un eufemismo que se traduce en “ayudar a la mujer a subyugarse más eficientemente”. Pregunto: ¿y a los hombres, quién los ayuda a empoderarse? ¿Cómo es posible que el mercado no haya dado respuesta a este clamor? Esto es una injusticia y me parte el alma pensar que un sinnúmero de hombres ande por ahí, mortificadísimos por el color negruzco de sus genitales, sin saber cómo blanquearlo. ¡Hay que ayudarlos!
Caballeros, tengo la solución a sus preocupaciones: vengan y preséntenme su situación (no se preocupen que yo también me voy a poner una bata y lentes bonitos). Los hombres que incentivan estas inseguridades en las mujeres serán sacrificados primero…. perdón, tendrán pases de cortesía y hasta descuentos. ¡Para empoderarlos!
Ustedes dirán que yo no soy doctora todavía, pero es que esto no puede esperar. Urge establecer clínicas equivalentes, para después colocar carteles paralelos que anuncien en letras grandes, azules y blancas (los de la vaginoplastia son rosados y blancos), un sinnúmero de complejos innecesarios para ustedes también. Sin ese balance cultural, la mujer sigue siendo una mezcla deprimente: entre producto y recurso natural, con potencial de ser explotado, exportado y mercantilizado ad infinitum. Si las mujeres fuesen seres humanos, la sociedad no estaría saturada de mensajes que buscan recordarles, evidente o subconscientemente, de su inferioridad como sujeto político, todos los días.
O incentivamos inseguridades genitales en todo el mundo o en nadie. Las cosas no pueden ser a medias: igualdad de género o nada.