Hace 30 años, Francis Fukuyama decretó el Fin de la Historia. Impresionado por el ascenso de la democracia liberal occidental luego de la caída del Muro de Berlín en 1989, la culminación de la Guerra Fría y la disolución de la Unión Soviética en 1991, Fukuyama proclamó que la humanidad había alcanzado no solo “el paso de un período particular de la historia de la posguerra, pero el fin de la historia como tal: es decir, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano”.
El autocontrol, la disciplina, el silencio, la resistencia y la paciencia constituyen los cinco valores culturales de los japoneses relacionados con el comportamiento. El hecho de haberse criado en New York como hijo único, alejado de todo contacto con la cultura japonesa, podría explicar la evidente impaciencia de Francis cuando planteó en 1992 el triunfo definitivo y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano. El impacto que tuvo la publicación de El Fin de la Historia y el Último Hombre fue de tal magnitud que para muchos el dictamen sirvió de plataforma ideológica para que Occidente, parado sobre los escombros del derribado Muro de Berlín, iniciase una intensa campaña para convencer a los pueblos y gobiernos del mundo sobre la inevitabilidad de la democracia liberal occidental como la única opción de gobierno.
Han pasado 30 años, un período adecuado para evaluar la certeza del presagio de Fukuyama. Para pasar balance, conviene separar los dos modelos o sistemas que han servido como pilares del desarrollo económico e institucional de Occidente: el sistema de economía de mercado y el modelo de la democracia liberal. Comencemos con el modelo económico. En 1990, teníamos 34 países cuyo sistema económico descansaba fundamentalmente en el modelo de planificación central: Georgia, Bielorrusia, Estonia, Lituania, Letonia, Rumania, Armenia, Albania, República Checa, Bulgaria, Polonia, Eslovaquia, Hungría, Kazajistán, Macedonia, Croacia, Eslovenia, Kirguistán, Tayikistán, Montenegro, Serbia, Bosnia y Herzegovina, Moldavia, Azerbaiyán, Uzbekistán, Ucrania, Corea del Norte, Cuba, Irán, Libia, Vietnam, Laos, Rusia y China. En 2021, la lista colapsa de forma dramática: sólo Cuba, Libia, Bielorrusia y Corea del Norte mantienen el predominio del sistema de planificación central para la mayor parte del proceso asignación de los escasos recursos económicos. Si Fukuyama hubiese definido el Fin de la Historia como “el punto final de la evolución ideológica de la organización económica de las naciones y la universalización del modelo de economía de mercado como la arquitectura final del sistema económico”, la predicción habría sido casi perfecta.
Cuando salimos de la geografía económica y nos adentramos en la tierra movediza del sistema óptimo de gobierno para las naciones, el avance de la democracia liberal occidental no ha sido tan dramático como sucedió con el sistema de economía de mercado. En 1990, mientras el 34.5% de las naciones tenían una democracia liberal (16.95%) o una democracia electoral (17.51%), el 65.5% tenía una autocracia cerrada (38.98%) o una autocracia electoral (26.55%). En 2021, el 49.7% de las naciones tenían una democracia liberal (18.99%) o una democracia electoral (30.73%) y el 50.3% de las naciones tenía una autocracia cerrada (15.64%) o una autocracia electoral (34.64%). Resalta el hecho de que mientras en 2012, el 23.46% de las naciones tenían una democracia liberal, en 2021 la participación se redujo a 18.99%, contrario a la dinámica prevista por Fukuyama en 1992. Mientras en 1990, el 16.22% de la población mundial vivía en países con democracias liberales, el año pasado la participación bajó a 13.34% de la población mundial.
Ingresemos al mercado de la especulación con el objetivo de tratar de entender el porqué el dictamen de Fukuyama, 30 años después de emitido, no parece haber sido certero. Lo primero que nos atrevemos a plantear para la ponderación de los expertos, es la ausencia de existencia de democracia liberal occidental en el listado de supuestos o pre-requisitos para el funcionamiento de la economía de mercado. Tómense un par de días en revisar la literatura económica, comenzando con los mercantilistas (Mun, Bodin, Petty, Davenant y Steuart), los fisiócratas (Turgot, Cantillon, Quesnay y Mirabeau), los clásicos (Hume, Smith, Malthus, Say, Ricardo, Mill y McCulloch), los historicistas (List, Roscher, Schmoller, Weber, Sombart y Schumpeter), los neoclásicos (Jevons, Edgeworth, Marshall y Clark), la escuela de Lausana (Walras y Pareto), los austríacos (Menger, Böhm-Bawerk, Mises, Hayek y Wieser), los institucionalistas (Veblen, Commons y Mitchell), la escuela de Estocolmo (Myrdal y Ohlin), los keynesianos (Keynes, Robinson, Samuelson y Tobin) y la escuela de Chicago (Knight, Viner, Simons, Friedman, Stigler, y Becker) y, si les sobra tiempo, revise los trabajos de los Premios Nobel de Economía más completos después de Samuelson (Arrow, Debreu, Allais y Hicks). Les aseguro que no van a encontrar en esa literatura un teorema que demuestre que la economía de mercado, para su funcionamiento, requiere la existencia de una democracia liberal.
Singapur, entre 1955 y 2021, ha tenido un sistema de autocracia electoral conviviendo con un sistema economía de mercado. El año pasado, su ingreso per-cápita alcanzó US$66,263, superando a 33 de las 40 economías desarrolladas del mundo, por debajo únicamente de Luxemburgo, Islandia, Suiza, Noruega, Estados Unidos y Dinamarca. Taiwán mantuvo durante 96 años (1900-1995) una autocracia cerrada, y eso no le impidió registrar un progreso económico y social considerable, hasta el punto que su ingreso per-cápita el año pasado fue superior al de España. Más recientemente, Vietnam ha combinado una autocracia cerrada con un sistema de economía de mercado que ha reportado, entre 1990 y 2021, una tasa de crecimiento real anualizada de 6.8%. En tres décadas, su PIB se ha multiplicado por 45, pasando de US$8,217 millones en 1990 a US$368,002 en 2021. Lo mismo ha ocurrido en China. En 1990, el PIB de China era de US$396,590 millones; en 2021, alcanzó US$16,862,979 millones, multiplicándose por 43 en 31 años. Más de 800 millones de chinos han salido de la pobreza.
Occidente ha ganado la batalla ideológica en lo económico. El sistema de economía de mercado, sin necesidad de imposición, se fue abriendo espacio en toda la geografía mundial, convirtiéndose en un motor extraordinario de crecimiento económico, generación de riqueza y progreso social. A diferencia de la democracia liberal, la economía de mercado es tan antigua como la civilización humana. Ningún académico o intelectual inventó la economía de mercado, ninguno creó el intercambio voluntario o el derecho de propiedad privada. Desde que los humanos comenzaron a intercambiar voluntariamente determinados bienes por otros, aún sin haber existido dinero, la economía de mercado brotó como un proceso natural de coordinación social.
La democracia liberal, en cambio, es un sistema político relativamente joven. Todos dirigimos la mirada a EE. UU. cuando pensamos en una democracia liberal. Sin embargo, la mayoría posiblemente desconoce cuándo el país que tanto admiramos, recibió el diploma que la acredita como una democracia liberal. Algunos pensarán que la democracia liberal se impuso en EE. UU. desde que Inglaterra fue derrotada en la guerra de independencia en 1776, pero la realidad es muy diferente. El concepto de democracia liberal que los occidentales promovemos a los no convertidos, no solo requiere de procesos electorales multipartidistas, libres, justos y transparentes, sino también de una institucionalidad que asegure un Poder Ejecutivo efectivamente restringido por los Poderes Legislativo y Judicial, y garantice a los ciudadanos una amplia canasta de derechos individuales, especialmente, el trato igualitario ante la ley. ¿Cuántos años lleva EE. UU. con su democracia liberal? Aunque EE. UU. ha tenido una democracia electoral desde 1920, es a partir de 1969 que ingresa al reducido número de países con democracias liberales. En otras palabras, la democracia liberal estadounidense apenas tiene 53 años de edad.
Visto que los chinos, en los 4,092 años transcurridos entre la dinastía Xia (2070 a.C.) y la de Xi que se inició en el 2013, nunca han vivido en una democracia electoral, mucho menos en la democracia liberal que promueve Occidente, y conscientes que la democracia liberal es todavía un sistema político joven, con sus fortalezas y debilidades, Occidente debería exhibir la paciencia que no tuvo Fukuyama cuando dictaminó el reinado global de la democracia liberal. Los liberales occidentales debemos ser humildes, tolerantes, pacientes y, sobretodo, abiertos a escuchar de los orientales los argumentos en favor de sistemas políticos que a nosotros nos resultan aberrantes o inaceptables. Los verdaderos liberales son aquellos que están abiertos a escuchar las posiciones contrarias a las suyas y dispuestos a convivir en paz a pesar de las diferencias. Querer imponer o exportar a la fuerza la democracia liberal, es una política fundamentada en la impaciencia, similar a la afectó a Fukuyama. No olvidemos las enseñanzas de Confucio cuando señaló que “La paciencia es el alimento de la tolerancia. La tolerancia es el alimento del amor. El amor es el alimento del perdón. El perdón es el alimento de la paz”. La coronación de la democracia liberal no está al doblar de la esquina. El peor error que podría cometer Occidente es tratar de forzarla imponiendo restricciones al comercio internacional, políticas que sólo servirían para reducir el crecimiento económico y aumentar la pobreza. La historia nos enseña que, en tiempos económicos difíciles, como sucedió en los años 30, y de guerras heladas, las autocracias crecen como la hierba mala.