El desarrollo de las nuevas tecnologías aplicadas al periodismo digital, los sitios web y las redes sociales han agregado nuevos términos a nuestro vocabulario, ya son de uso común los conceptos desinformación online, fake news y astroturfin, clickbait, entre otros.

Los usuarios han demostrado un cambio de comportamiento ante el estímulo de este tipo de contenido, que se evidencia en la falta de sensibilidad y ligereza para expresar opiniones, pero también para la difusión masiva de estas sin tomar en cuenta la calidad de las fuentes noticiosas e informativas.

El exceso de contenido erróneo, confuso y falso se ha vuelto práctica común, en ocasiones crea ansiedad cuasi generalizada, como lo fue durante la etapa inicial y la más crítica del Covid-19, a propósito de toda la infodemia que circuló en la red.

En un trabajo publicado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), titulado “Entender la infodemia y la desinformación en la lucha contra la COVID-19”, se estableció: “La desinformación puede difundirse y asimilarse muy rápidamente, dando lugar a cambios de comportamiento que pueden llevar a que las personas tomen mayores riesgos”.

El fenómeno es objeto de estudio en centros de pensamiento y organizaciones afines. Una encuesta realizada por Ofcom, el regulador de las telecomunicaciones en Reino Unido, estableció que el 43 % de quienes compartieron noticias también admitieron haber compartido noticias falsas o engañosas del Covid-19.

La misma organización constató en su informe anual de 2022, que más de un 40 % de los usuarios de redes sociales dijo haber visto noticias falsas a lo largo del año.

Mientras que NewsGuard, un rastreador en línea de información errónea, está desarrollando reportes de narrativas falsas sobre las elecciones que este aňo serán celebradas en varios países y es diverso tanto como extenso el contenido que ha venido desmontando.

Este portal también reveló el crecimiento de webs de noticias con contenido falso o engañoso generado exclusivamente por inteligencia artificial.

La falta de un régimen de consecuencias ha contribuido con el auge del fenómeno, al igual que el poco interés por la investigación, porque los usuarios prefieren dar por sentada las informaciones que circulan en la web, esquivando visitar los portales autorizados, quizás por el flujo masivo y constante que reciben sobre todo de las redes sociales.

Estas últimas obtuvieron una sentencia favorable del Tribunal Supremo de Estados Unidos, que les da potestad para fijar sus políticas de moderación de contenido, cuando es de conocimiento que existe una competencia por posicionamiento entre ellas, aunque pertenezcan a un mismo dueño.

En el caso de nuestro país, el problema se agrava por la rivalidad que mantienen plataformas de contenido en procura del mayor posicionamiento, que frecuentemente emplean vocabulario y contenido soez, en detrimento de la moral y de la honra, y normaliza conductas inapropiadas que van aún más allá de las noticias falsas y que representan un segmento del entretenimiento que deja mucho que desear.

Hasta que no se establezcan unos parámetros necesarios que velen por la calidad del contenido a nivel de medios y de entretenimiento, sin que esto implique limitar la libertad de expresión, nos toca ser más comedidos y responsables con el uso que le damos al contenido digital, velar además por la protección de segmentos vulnerables, y promover el pensamiento crítico y la honradez dentro de los medios de comunicación.

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